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LÁZARO IRIARTE, OFMCap PRESENCIA PENITENCIAL Y PROF:ETICA DEL HERMANO MENOR La Orden Capuchina está preparando su V Consejo Plenario, que tratará de la presencia profética franciscana en la Iglesia y en el mundo de hoy. Para contribuir a esa preparación, l'a revista Laurentianum, en el 25 aniversario de su aparición, ha dedicado un amplio número doble, publicado también como libro, al tema «Franciscanismo y profecía»; en Sel Fran n. 43 (1986) 142-146, puede verse la reseña de cada uno de los estudios. Aquí reproducimos el del P. Iriarte, que presenta una amplia panorá– mica de las actitudes de Francisco que hicieron que su presencia fuera invitación apremiante a la penitencia y denuncia profética de cuanto se opone al Evangelio; del testimonio de los Escritos y de las fuentes primitivas saltan con fuerza inspiración y pautas para que la presencia franciscana hoy recobre el calibre y la calidad de los orígenes. Presencia penitencial y profética del hermano menor, en Laurentianum 26 (1985) 756-811. Todo cristiano, si responde sinceramente a su vocación, es decir, si ha acogido el don salvífico de la conversión, modificando su manera de pensar, de sentir y de obrar según el dictado del Evangelio, es por eso mismo un testigo y un profeta del Reino. Pero, dentro de la común vocación cris– tiana, la vida consagrada tiene una misión peculiar de significar y «testi– moniar ,la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo... , y de proclamar de modo especial la elevación del reino de Dios sobre todo lo terreno y sus exigencias supremas ... » (Vatl. II, LG 44). En cada etapa de la evolución histórica de la vida consagrada han sido diferentes los signos proféticos y diferente asimismo el modo como los hombres los han percibido e interpretado: virginidad profesada en el seno de la comunidad, anacoretismo lejos del consorcio humano, cenobitismo monástico... Francisco de Asís, en un momento de transición, que sacudió profundamente la conciencia cristiana, supo situarse sencillamente como 'discípulo del Evangelio, éon una opción netamente penitencial, abierta a la tarea del presente y a la incógnita del futuro, sin compromisos con el pasado. Y su generación percibió la fuerza de aquel mensaje de auten– ticidad cristiana. «EscriQió con caracteres incisivos el Evangelio de Cristo

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