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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 201 millde». No se trata tte anular el caudal científico, sino de liberarlo. El docto desapropiado, cuando llegue la hora de ejercitar el ministerio de la palabra -añadía- «será como un león liberado de las cadenas, dis– puesto a todo... » (2 Cel 194). Nada de fanatismo negativo, pues, ante los valores intelectuales, que para Francisco son bienes, como los demás, que provienen de Dios, fuente de todo bien. Pero sabe que también este don, como los otros, puede ser objeto de una apropiación abusiva. La misma actitud positiva respecto de los valores culturales en general. Francisco no poseía la ciencia que se adquiere en los centros del saber, pero estaba embebido en lo que podemos llamar la cultura de masa de entonces: la «gaya ciencia». Antes de su conversión sabía de trovas y baladas, y no parece aventurado suponer que sabía también pulsar algún instrumento. Ya convertido, no creyó que debía rechazar como «mundo» aquella, riqueia; al contrario, sabía servirse de ella en sus sermones y en sus exhortaciones a los hermanos. Evocaba a Roldán, Oliveros y demás paladines de los cantares de gesta; remedaba a los trovadores provenzales, entonando melodías aprendidas de ellos o meneándose como ellos mientras predicaba (cf. 1 Cel 73; 2 Cel 107, 127). Lejos de mirar con adustez ascética los legítimos esparcimientos de la gente· y los festejos de sociedad, no tenía inconveniente en asociarse a ellos, si bien con un mensaje penitencial a tono con el ambiente. Pasando con el hermano León junto al castillo de Montefeltro, supo qµe allí había gran fiesta, con convite de gala y torneos, a motivo de ser armado caba– llero un hijo del conde; y dijo al compañero: «Subamos ahí a la fiesta; con la ayuda de Dios haremos algún fruto espiritual.» Entró en el castillo y se dirigió a la plaza, rebosante de elegantes caballeros y damas; no faltarían los juglares, imprescindibles en semejantes festivales. Francisco, como si fuera uno de ellos, «con fervor de espíritu se subió a un poyo y comenzó a predicar proponiendo como lema: Tanto e il bene ch'io aspetto - che ogni pena m'e dtletto». Glosó el dístico con tal viveza de expresiones y de gestos y con tal profundidad de conceptos, que «toda la gente estaba con los ojos y con la mente suspensa mirándole y oyéndole». En realidad fue un reclamo a los valores superiores. Uno de los oyentes, el rico caballero messer Orlando de Chiusi, «se sintió tocado por Dios, y decidió tratar con Francisco, des– pués del discurso, los asuntos de su alma». Se acercó a él con ese fin; el Santo le dijo: «Muy bien; pero ahora sigue participando en la fiesta y haciendo honor a los amigos que te han invitado; come con ellos. Después hablare– mos los dos cuanto te plazca.»

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