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200 L. IRIARTE Pero la misma autorización a san Antonio para «leer la sagrada teología a los hermanos» contiene un testimonio elocuente de su postura ante la tendencia de los hombres de letras a mirar su ocupación como superior a las otras actividades humanas, más aún, como favorable a la vida del espíritu, mientras que el trabajo manual y las profesiones comunes eran tenidas como impropias del «varón de Dios», si no era para combatir la ociosidad y recházar las tentaciones. Francisco mide por el mismo rasero el trabajo manual y el trabajo intelectual, aplicándole a éste la misma advertencia de la Regla por lo que hace a las faenas productivas: «Estoy de acuerdo con que enseñes la sagrada teología a los herma– nos, pero a condición de que, como dispone la Regla, no apagues, en el estudio de la misma, el espíritu die oración y de devoción.» La Admonición séptima expresa la actitud del Santo, al prevenir a los hermanos doctos contra el peligro de quedar «muertos por la letra» de la sagrada Escritura (cf. 2 Cor 3, 6), no ya estudiándola, como los bene– ficiados del clero secular, «para ser tenidos por más·sabios entre los demás y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus parientes», sino conten– tándose «con saber únicamente las palabras e interpretarlas para los demás», es decir, sirviéndose de ella para tener fa satisfacción de ser maes– tros y guías de los demás, con el riesgo de dar una interpretación personal, lo que equivale, en la enseñanza de Francisco, a «apropiarse» la divina letra. En cambio, el que se deja guiar por el «espíritu» de ésta, sin fines egoístas, «la devuelve al altísimo Dios con la palabra y con el ejemplo» (Adm 7, 1-4). Francisco siente gratitud y veneración por «todos los teólogos y por todos los que nos administran las santísimas palabras divinas, pues ellos nos administran espíritu y vida» (Test 13). Pero, en la pedagogía espiritual con los hermanos, no cesa de prevenirlos contra el orgullo del saber: «Guardémonos todos los hermanos de todo orgullo y vanagloria; y protejámanos contra la sabiduría de este mundo y contra la prudencia de la carne (cf. Rom 8, 6). En efecto, el espíritu de la .carne pone todo el cuidado en el bien decir y poco en el bien obrar... » 32 Recibía con gozo a los doctos en la fraternidad, pero los deseaba plena– mente «desapropiados» de su ciencia, como de los demás bienes. Los hombres de ciencia -decía- «hallan dificultad en plegarse al estilo hu- 32 1 R 17, 9-11. Sobre la contraposición entre «la sabiduría de este mundo» y «la sabiduría de Dios» véase, ademá·s, 1 R 17, 16; Test 7; Adm 5, 5; 21, 1; 2CtaF 45, 67-71, 83; SalVir 1, 9s; CtaA 5.

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