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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DE.L HERMANO MENOR 199 Respecto de los manjares había afirmado la libertad para comer «de todos los que los demás hombres pueden comer», pero recordando la adver– tencia del Señor en el Evangelio: Mirad que vuestros corazones no queden entorpecidos con el exceso de comer y beber (Le 21, 34); y haciendo una acomodación de la norma de san Pablo: El que no come, no juzgue al .que come (Roro 14, 3) (1 R 9, 12-14). El texto de la Regla definitiva es más explícito: «Todos los hermanos usen vestidos humildes y puedan coserles remien– dos de sayal y de otras telas con la bendición de Dios. Les amonesto y exhorto que no desprecien ni juzguen a las personas que vieren us¡ir vestiduras mórbidas y de vistosos colores, tomar manjares y bebidas exquisitos: más bien cada cual júzguese y despréciese a sí mismo» (2 R 2, 16s). Escribe el autor de la Leyenda de los Tres Compañeros: «Insistía en que los hermanos no juzgaran a nadie y no miraran con desprecio a los que viven en el lujo y visten con exagerado regalo y osten– tación, pues Dios es el Señor nuestro y de ellos, y puede llamarlos hacia sí y hacerlos santos» (TC 58). Uno de los efectos de la predicación de Francisco y de los hermanos solía ser, en las personas que se convertían, el cambio en la manera de vestir. La sola presencia de los hermanos menores, con su atuendo pobre y sencillo, era una interpelación muda. Así lo afirmaba Jacobo de Vitry en uno de sus sermones a :los hijos de san Francisco, siendo ya cardenal: «Puesto que las dignidades y las riquezas y la suntuosidad de los ves– tidos suelen engendrar altivez, como, por el contrario, la abyección, pobreza y vileza de los vestidos engendra humildad, cuanto menos toméis vosotros actitudes mundanas, tanto más humildes y menores apareceréis.» 31 3. Frente al orgullo del saber y los valores culturales No entramos aquí en la importante, cuanto difícil, cuestión de la acti– tud que tomó el fundador sobre la implantación del estudio en la frater– nidad. Por la Carta a san Antonio consta que, al menos al fin de su vida, lo admitió, quizá por el mismo sentido realista con que admitió por fin las moradas fijas y la promoción de los hermanos al sacerdocio. ' 1 Sermones ad fratres minores, ed. H. Felder de Luoema, Roma 1903, 5.

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