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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 197 la nobleza, entre la que tuvo amigos y devotos incondicionales (el conde Orlando, Giacomina de Settesogli), y aceptaba sin dificultad el hosdepaje de obispos y cardenales. Escriben los Tres Compañeros: «Veneraba a los prelados y a los saoerdotes de la santa Iglesia; respe– taba a los señores, nobles y ricos; pero amaba entrañablemente a los pobres, participando con ternura en sus sufrimientos. Se mostraba ser– vidor de ·todos» (TC 57). Y cuando el mismo itinerario de conversión unió a Francisco y Clara en un idéntico empeño evangélico, la sociedad cristiana tuvo el testimonio más elocuente de lo que significa «dejar el mundo»: ambos, desligados de su clase social, él de origen burgués, ella de familia noble, escogen la libertad de ser sencillamente hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. También la «plantita de san Francisco» fundó su fraternidad evangélica femenina en la absoluta igualdad, bajo el rasero unificante de la pobreza total: ninguna aportaba al grupo otra cosa que su persona, fuera noble o plebeya; todas contribuían al sustento mediante el «trabajo de utilidad común» (Regla de santa Clara, 7, 1). En San Damián no había «conversas» de segunda categoría. Colocado fuera de los cuadros sociales en un momento histórico de brusca transición, Francisco supo encarnar los valores de la sociedad feudal qu.e declinaba, a· la cual se hallaba más cercano por su cultura trovadoresca y por su temperamento idealista -la lealtad, la cortesía, el espíritu caballeresco...- y los valores de la nueva sociedad, a la que pertenecía por nacimiento: movilidad, creatividad, necesidad de viajar, asociacionismo, hermandad, religiosidad personal y comunitaria, sentido de evangelio... Pero tomó una actitud neta de denuncia profética frente a los antivalores de las dos vertientes de aquel «mundo», presentando un ideal de vida que, en sí mismo, era ya una interpelación elocuente. En sus escritos y en las actitudes recogidas por las fuentes biográficas no es difícil descubrir un rechazo consciente, pero no polémico, de toda forma de des– igualdad, de toda estructura jerarquizante, no menos que del concepto secular de la «cristiandad», del espíritu de cruzada, del fanatismo inquisi– torial, que caracterizaban a la sociedad feudal en lo político y en lo reli– gioso; como es fácil, asimismo, ver su postura ante el ansia de dinero, ante el lujo burgués, ante la prepotencia del fuerte, ante las rivalidades comunales, ante la tendencia espiritualista y extrajerárquica de la reli– giosidad popular. 30 'º Para una profundización mayor sobre el tema cf. S. CLASEN, Francisco de Asís y 1a cuestión social, en Sel Fran n. 9 (1974) 263-275; H. RoGGEN, ¿Hizo Fran– cisco una opción de clase?, en Sel Fran n. 9 (1974) 287-295; J. LE GoFF, El voca-
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