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194 L. IRIARTE los movimientos evangélicos que pululaban por todas partes y que él tuvo que conocer. 26 Frente a las insinuaciones del obispo de Asís y del cardenal de San Pablo, Juan Colonna, de que era mejor que el grupo se enderezara hacia alguna de las órdenes existentes, afirma, sin vacilar, la originalidad de su vocación. 27 Y lo propio hará más tarde cuando tenga que rechazar vigorosamente la insidiosa tentación del modelo cisterciense, que atraía a los responsables de la fraternidad apoyados por Hugolino. 28 Fuera de los cuadros comunales y feudales, de las organizaciones y movimientos religiosos, busca en cambio desde el principio su inserción positiva y filial en la Iglesia jerárquica, no para recibir de ella la inspira– ción de «la vía» que debe seguir, sino para asegurarse del origen divino de su carisma. Los términos usados en el Testamento son de una sorpren– dente precisión: «Después que el Señor me dio hermanos, nadie me ense– ñaba lo que debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pa:labras y con sencillez, y el señor papa me lo confirmó.» Desligado así de todo lo terreno y de todo condicionamiento social y religioso, Francisco, sin ser de ninguno, se sentirá «siervo de todos», en disposición de llevar a todos, pobres y ricos, plebeyos y nobles, laicos y clérigos, ortodoxos y herejes, cristianos e infieles, el mensaje de conver– sión, sin despertar la sospecha de estar defendiendo sus intereses perso– nales o los de su clase o grupo. No será un contestador negativo de lo que halla contrario a su manera de leer el Evangelio; pero asumirá una denuncia global, no por pacífica menos eficaz, de lo que repugna a su instinto cristiano. Al menos por lo que tiene de testimonio de esa actitud, es de gran importancia la res– puesta, que Celano pone en boca del Santo, al teólogo dominico que le consultó sobre el texto de Ezequiel: Si tú no amonestas al malvado sobre su mala c·onducta, yo te pediré cuentas a ti de su alma (Ez 3, 18). Era uno 26 Los cátaros eran numerosos en la Italia central y hasta existía una pujante «Ecclesia de Valle Spoletana». Cf. ILARINO DA MILANO, Il dualismo catara in Um– bria al tempo di san Francesco, en Atti del IV Convegno di Studi Umbri, Perugia 1967, 175-216. 27 El obispo Guido fue en los comienzos el único refugio y consejero del fundador, pero no comprendía aquel radicalismo evangélico. Cf. TC 35; LP 15. Sobre la parte que corresponde al cardenal Colonna en la aprobación pontificia de la fraternidad y en el favor posterior de la curia romana, véase 1 Cel 33; LM 3, 9; TC 47-49, 52, 61. 21 «Hermanos, hermanos míos, Dios me ha llamado a seguir el camino de la sencillez y me lo ha mostrado. No me vengáis, pues, hablándome de otras reglas, ni la de san Agustín, ni la doe san Bernardo ni la de san Benito... » (LP 114).

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