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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 191 Cada acción, cada gesto, cada palabra, por la autenticidad con que se manifiesta, si.n manipulaciones estudiadas ni formalismos, es en Francisco mensaje penitencial, un reclamo a la coherencia entre la fe y la vida. Además, él posee el arte, genuinamente profético, de producirse espon– táneamente mediante actitudes y figuras de lenguaje de simbolismo inge– nuo, pero de fino realismo. Los mismos antiguos biógrafos, que nos ofrecen ese modo de ser y de hacer del Santo, se detienen de vez en cuando en observaciones sobre la franqueza y sinceridad de su predicación a tono con la diafanidad de su vida. El retrato moral y físico que traza Tomás de Celano es el testimonio más bello de una existencia que habla por sí misma: « ¡Oh qué encantador, admirable y glorioso aparecía en la inocencia de su vida, en la sencillez de su palabra, en la pureza de corazón, en el amor de Dios, en la caridad fraterna, en su pronta obediencia, en su cortesía atenta, en su mirar angélico! Manso por carácter, plácido por naturaleza, afable en el hablar, oportunísimo en la exhortación, fidelísimo y leal. .. , amable en todo... , siempre igual a sí mismo... » (1 Cel 83). El primer biógrafo no pierde ocasión de ponderar ·en Francisco «su corazón incomparablemente sincero, franco y noble como ninguno» (1 Cel 120). Exclama, después de referir un caso elocuente de esa sinceridad: « ¡Siempre el mismo en la vida y en las palabras!, ¡el mismo por dentro y por fuerar» (2 Cel 130). De aquí el aplomo y la naturalidad con que se relacionaba con los grandes, sin encogimiento ni adulación, y con los pequeños, sin crecerse ante ellos ni tomar aire de protector; este renunciar a toda manipulación egocéntrica de las personas, de las cosas y de las situaciones, es lo que ha hecho que insignes psicólogos definan a Francisco de Asís como «el ejemplo más significativo de creatividad adulta». 22 Desde su pobreza absoluta exterior e interior, desde su minoridad consciente, que le hacía sentirse «pequeñuelo y servidor de todos», podía evangelizar a pequeños y grandes, pobres y ricos, ignorantes y letrados. Y de todos era aceptada su presencia y su palabra. Francisco no tuvo enemigos; hubo quienes no le entendieron, quienes no tuvieron valor para aceptar sus opciones de fe, pero nadie lo consideró un adversario. Es cierto que en las dos Reglas previene a sus hermanos, como Jesús a sus fieles 1 para soportar la «persecución» amando a los perseguidores, «amigos nues– tros» (1 R 16, 11; 22, 1-4; 2 R 10, 10s); pero él jamás podía ver en un 22 E. ERIKSON, Insight and Responsability, New York 1964, 61 (cf. 151, 221, 232).

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