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188 L. lRIARTE fetee en una mejilla vuélvanle la otra (Mt 5, 39), y a quieµ les quite la capa no le impidan les quite también la túnica; den a todo el que les pida, y a quien les quite sus cosas no se las reclamen» (Le 6, 29s). Las fuentes biográficas y las crónicas ofrecen bellos relatos que demues– tran hasta dónde estas actitudes evangélicas eran, en vida de san sFran– cisco, algo más que pura disposición ideal, aun en ·el dejarse despojar de los vestidos y maltratar desconsideradamente. El fundador hubiera querido que este capítulo pasara textualmente a J.a Regla bulada; pero tuvo que renunciar en vista de la oposición de los ministros que, guiados de la prudencia humana, juzgaban que no podían imponerse a todos los hermanos actos heroicos que son de pum consejo en el Evangelio. 15 Con todo, logró mantener el contenido esencial en el capí– tulo tercero de dicha Regla definitiva, en que habla también del modo de ir por el mundo: «Aconsejo, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesu– cristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni se traben en discu– siones, ni juzguen a los demás; sean más bien mansos, pacíficos y mo– destos, apacibles y humildes, hablando con todos dignamente, como conviene... » (2 R 3, 10s). Era el primero en dar ejemplo de mansedumbre, de apacibilidad y de delicadeza en el trato. Cortés por naturaleza, era en extremo afable y res– petuoso con toda clase de personas y aun con las criaturas inanimadas (1 Cel 7, 21, 87; 2 Cel 11, 95, 166). Basta leer Jos saludos y las conclusiones de sus cartas: no -se trata de expresiones formularias, sino que reflejan una disposición íntima sinceramente sentida. En idéntica línea se coloca su doctrina sobre la obediencia, «hermana de la caridad», que «hace que estemos sometidos y sujetos a todos los hombres que hay en el mundo y, no sólo a los hombres, sino a todas las bestias y fieras ... » (SalVir 16s). La misma norma, de la más depurada metodología misionera, establece en términos muy explícitos al hablar del modo de «vivir los hermanos espiritualmente entre los sarracenos»: adaptarse a sus costumbres y «estar sometidos a toda humana creatura por Dios» (cf. 1 Pe 2, 13), es decir, a sus autoridades e instituciones. Este criterio de adaptación misionera tuvo una confirmación pontificia en la bula de Honorio III del 17 de marzo de 1226, en que se auterizaba a los misioneros que vivían entre los sarracenos 15 Véase mi estudio: Lo que san Francisco hubiera querido decir en la Regla, en Est. Franc. 77 (1976) 381-383, y en Sel Fran n. 17 (1977) 170-171.

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