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282 A. MONTEIRO la Biblia, donde se indica la realidad del pecado con diversos nombres, cada uno de los cuales es como una pieza del mosaico que, en su conjunto, nos da una visión aproximada de lo que Dios piensa del pecado. Otro tanto ocurre en los escritos del Santo. Francisco usa, en primer lugar, la palabra pecado, al que también da el nombre de delito, enfermedad-flaqueza, ceguera, falta, negligencia, mal, des– obediencia, inmundicia, vicio, engaño, etc. Bueno sería recordar el sentido de cada uno de ellos para averiguar lo que el Santo piensa del pecado en sí mismo. 2. ASPECTOS DEL PECADO MÁS SUBRAYADOS POR FRANCISCO Podríamos estudiar varios aspectos, pero vamos a limitarnos a dos que apa– recen con mayor frecuencia. a) Actitud de apropiación Para Francisco, el pecado es ante todo una apropiación; éste es el aspecto en que más insiste. Francisco procedía de una familia acomodada y pudo ver, particularmente en su padre, lo que es el pecado en forma de lucro, deseo de poseer, ambición... Él mismo habría sido, como hemos indicado, víctima del pecado en esa forma, entregándose a la ambición, lujo, suntuosidad... Tal expe– riencia pudo ser el origen de su tendencia a marcar con repetida insistencia esta faceta del pecado. Francisco, pues, considera el pecado como apropiación de la voluntad per– sonal, del propio yo. Dice en la segunda Admonición: «Come del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno, que el Señor dice o hace en él» (Adm 2, 3). Para Francisco, Dios es el Señor, el único Señor. Pretender apropiarse, hacerse señor, es pretender des– tronar a Dios, usurpar y ocupar su lugar. Otra forma de apropiación consiste en hacernos dueños de los bienes que Dios nos ha concedido. Dice en otra de sus Admoniciones que, por su impor– tancia, han sido consideradas por E. Piat como el sermón de la montaña de S. Francisco: «Dichoso el siervo que restituye todos los bienes al Señor Dios, porque quien se reserva algo para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará» (Adm 18, 2). Una nueva forma de apropiación consiste en que el hombre se atribuya los derechos que competen únicamente a Dios. El Santo subraya en particular el derecho de juzgar y condenar a los otros. Dice: «Sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si, debido a ello y no movido por la caridad, el siervo de Dios se altera o se enoja, atesora culpas» (Adm 11, 2). «Pues, aun cuando sean pecadores (los clérigos), nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí solo el juicio sobre ellos» {Adm 26, 2). Ver también: 1 R 9, 12; 11, 10; 2 R 2, 17; 3, 10; etc.

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