BCCCAP00000000000000000001521

280 A. MONTEIRO CtaA 3-4. 8; lCtaCus 6; lCtaF II, 1-22; 2CtaF 7. 16-17. 22. 63ss; CtaM 15. 20; CtaO 13. 17-20; etc. Junto a la Sagrada Escritura, hemos de subrayar otra fuente importante. 3. LA ENSEÑANZA Y PRAP(IS DE LA IGLESIA DE ENTONCES Sabido es que Francisco tuvo gran empeño en mantener siempre una adhe– sión firme a la Iglesia romana y a su magisterio. Pululaban entonces los movi– mientos de renovación parecidos al de Francisco que, apelando a la pureza del Evangelio, combatían a la Iglesia institucional. ÉJ no aceptó esa dinámica. Fue el «hombre católico» de quien afirma Chesterton: «Ubi Petrus, ibi Franciscus.» Es una actitud constante que aflora en todos sus escritos. La obediencia y reve– rencia al señor Papa aparece en las dos Reglas como algo fundamental (1 R Pról 3; 2 R 1, 2). En el Testamento dejó medidas severísimas contra los que no quisieran obedecer a la Iglesia (Test 3lss; cf. Ctaü 44). En el Testamento de Siena recomienda a los hermanos que vivan siempre fieles y sumisos a los pre– lados y a los clérigos (Tests 5). Para garantizar la fidelidad a la Iglesia, pidió a la Santa Sede un Cardenal Protector (1 R 12, 3-4). Manda e:xopresamente a los suyos que sean católicos O R 19). Es proverbial su amor y respeto a los sacer– dotes (cf. Test 8-12). No le bastaba con leer o escuchar la Biblia, quería que los sacerdotes se la explicaran a la hora de hacer sus opciones decisivas ( cf. 1 Cel 22). La Iglesia y cuanto ella determinaba era la norma que Francisco adoptaba siempre y en cualquier circunstancia. A este respecto, véase, por ejemplo: 1 R 2, 12; 17, 1; 2 R 2, 2. 12; 3, 1; CtaCle 13; Ctaü 30; Test 18. 31; etc. Siendo así, fácilmente se comprende que todo lo que dirá Francisco sobre el pecado, repite lo que la Iglesia de entonces enseñaba al respecto. Debió influirle particularmente la doctrina y forma de hablar del Concilio IV de Letrán. Pero hay que tener presente que la Iglesia no sólo habla en los docu– mentos de su magisterio. Habla también en su liturgia, en las celebraciones, en la lucha contra las herejías, en los dramas sacros, tan en boga en aquel tiempo, en el arte sagrado y en la decoración de los templos y lugares de ora– ción, y, sobre todo, en su forma de guiar la vida cristiana. Principalmente aquí, en la forma como el pueblo cristiano vivía su fe, bajo la influencia determi– nante de la espiritualidad monacal y en particular de la reforma del Císter, es donde Francisco beberá gran parte de su pensamiento sobre el pecado. Pero aún tuvo otra fuente de inspiración, que ciertamente lo orientó mucho en este y en otros capítulos de su pensar y obrar. 4. EL ESPÍRITU DEL SEÑOR Y SU SANTA OPERACIÓN San Pablo habla del pecado como de un misterio, «el misterio de iniquidad;, (2 Tes 2, 7). Como misterio, sólo a la luz de Dios puede entenderse. Por eso, fácil es comprender que Francisco, en su visión del pecado, tuvo que estar profundamente influenciado por el Espíritu del Señor, que tiene la misión de guiarnos a la verdad total (Jn 16, 13).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz