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EL PECADO, EN SAN FRANCISCO 279 dad y frivolidad» (1 Cel 1). Y poco después: «Más aún, aventajando en vani– dades a todos sus coetáneos, mostrábase como quien más que nadie incitaba al mal y destacaba en todo devaneo» (1 Cel 2). Y también: «Cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzada– mente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza, mejor, la unción divina... una larga enfermedad... » (1 Cel 3). En la misma línea, Celano irá repitiendo: «Dolíase de haber pecado tan gravemente» (1 Cel 6); «Responde Francisco: "Me parece que soy el más grande de los pecadores... "» (2 Cel 123); «A su juicio, no era sino un pecador» (2 Cel 140); etc. La Leyenda de los tres Compañeros habla veladamente de los pecados carnales en que habría caído (TC 12). San Buenaventura no deja de señalar una tal experiencia del pecado en la vida de Francisco (LM 1, 1). Francisco era una persona normal, hasta en su fragilidad. Por eso mismo, en su vida, está mucho más cerca de cada uno de nosotros de lo que podría pensarse. Es habitual, en este punto, hablar sobre los pecados en que habría caído. Los autores opinan diversamente: hablan de excesos en la comida y bebida (H. Felder), de ambiciones seculares (C. Brighton), de prodigalidad exagerada (E. Longpré), de ostentación (L. di Fonzo), de lujuria y sensualidad (O. Engle– bert), etc. Sin embargo, teniendo en cuenta que comenzó a hacer penitencia reparando los pecados que hubiera cometido, parece que debió tratarse de egoísmo, ambiciones y lujos desmedidos, sin consideración alguna para con el prójimo (S. da Campagnola). Semejante experiencia había de pesar en su alma siempre que hablara del pecado. Pero no fue lo único que lo iluminó; tuvo otras fuentes de luz en su pensamiento. 2. LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA Francisco tenía un conocimiento de la Biblia bastante profundo. Ya en la escuela de San Jorge tuvo como libro de texto el salterio. Luego leyó con tal asiduidad la Biblia, que pudo decir: «Estoy tan penetrado de las Escrituras, que me basta, y con mucho, para meditar y contemplar» (2 Cel 105). Las fre– cuentes citas bíblicas que aparecen en sus escritos, revelan ese conocimiento. Pero, además de conocerla, sentía una gran devoción hacia la Biblia y se dejaba iluminar por ella, convencido de que allí le hablaba el Señor. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que Francisco, según refiere Celano, «nunca fue oyente sordo del Evangelio», sino que grababa en su memoria cuanto oía (1 Cel 22). Es natural, pues, que la palabra del Señor iluminara su concepción del pecado. Así lo revelan sus escritos que, al hablar del pecado, aducen constante– mente citas de la Sagrada Escritura. Véase: Adm 2, 1; 1 R 5, l. 8. 16; 9, 14-15; 11, l. 4. 7-8. 11-12; 12, 5-6; 17, 9-14; 20, 3; 21, 2·8; 22, 7-8ss; 23, 4; 2 R 2, 13; 10, 7;

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