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278 A. .MONTEIRO Iglesia, los sacramentos y hasta la liturgia. Además, el tema del pecado interesa particularmente ahora cuando la Iglesia, en su reciente Sínodo de los Obispos, se ha centrado a reflexionar sobre la penitencia y la reconciliación. Por otra parte, es importante hacer una tal reflexión a partir de la visión de un hombre como Francisco de Asís. Dice el Concilio que los temas teológicos deben renovarse por medio de un contacto más vivo con el misterio de Cristo Y la historia de la salvación (Optatam Totius 16), y añade que la Iglesia, en su enseñanza, su vida y su culto, conserva y transmite lo que ella es y cree (Dei Verbum 8). De ahí que, para entender la realidad del pecado, no sólo hemos de atender a la doctrina de la Iglesia, sino que, además, hemos de meternos en la historia de la salvación y ponernos en contacto con los hombres que son el expo– nente más alto de la vida de la Iglesia. Urs v. Balthasar escribe que los santos son los grandes signos que el Espíritu de Dios pone a lo largo del curso de la historia, para indicar a la Iglesia el camino que, sin ellos, le sería muy difícil encontrar y recorrer. Y por esto consideramos de gran interés estudiar el pen– samiento de Francisco sobre el pecado. I. FUENTES DE INSPIRACIÓN DE LA DOCTRINA DE FRANCISCO Es necesario estimar la visión del pecado en Francisco a la luz de las fuentes que lo inspiraron. Sólo entonces tendremos su verdadero pensamiento. Comienzo subrayando que Francisco no tuvo como fuente de inspiración, al menos directa, ninguna escuela teológica. No i'ue hombre de escuela. Él mismo se califica de «ignorante e idiota». Sus estudios debieron limitarse a una forma– ción elemental en la escuela ·primaria de San Jorge de Asís. Pero esto plantea espontáneamente la siguiente cuestión: ¿dónde bebió su riqueza de pensamiento sobre el pecado? Es lo que analizaremos a continuación. l. LA EXPERIENCIA PERSONAL DEL PECADO , Es evidente que Francisco experimentó en su vida la realidad del pecado. Así lo declara él mismo en su Testamento: «Cuando estaba en pecados, me pare– cía muy amargo ver a los leprosos» (Test 1); y repetidamente se califica de «mísero y pecador» (1 R 23, 5). Ante el Capítulo general, declara con humildad: «Confieso todos mis pecados al Señor Dios... En muchas cosas he caído por mi grave culpa... » (CtaO 38-39). Y no se piense que habla así por falsa humildad. Era ante todo un hombre sincero. Por lo demás, también otras fuentes dan testimonio de esto mismo. Celano afirma: «Hubo en la ciudad de Asís, situada en la región del valle de Espoldo, un hombre llamado Francisco; desde su más tierna infancia fue educado licen– ciosamente por sus padres, a tono con la vanidad del siglo; e, imitando largo tiempo su lamentable vida y costumbres, llegó a superarlos con creces en vani-
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