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296 A. MONTEIRO cumplen con el oficio según la Regla y quieren variarlo de otro modo, o que no son católicos»; los demás hermanos deben entregarlos al señor de Ostia, «que es el señor, protector y corrector de toda la fraternidad». Véase también CtaO 44-46. Idéntica actitud adopta frente a la fornicación y por el mismo mo– tivo sin duda: «Si, por instigación del diablo, fornicare algún hermano, sea despojado del hábito, que ha perdido por su torpe pecado, y déjelo del todo y sea expulsado absolutamente de nuestra Religión. Y haga después penitencia de sus pecados» (1 R 13). Francisco veía ciertamente el efecto nocivo que estos dos pecados, más que los otros, tenían en el seno de la Iglesia, de su Frater– nidad y hasta en los mismos fieles. Para reparar el efecto social del pecado, Francisco quería que sus hermanos se confesaran, siempre que fuera posible, con los sacerdotes de la Orden ( 1 R 20, 1; 2 R 7, 2). Era una fonna de reparar el efecto pernicioso del pecado en el seno de la Fraternidad donde posiblemente había trascendido, sacramenta– lizando, allí mismo, en compensación, el intento o deseo de conversión. El mismo Francisco así lo hacía, llegando a confesar sus pecados ante los her– manos reunidos en Capítulo (CtaO 38-39). Por lo demás, la norma general de Francisco era siempre: «Ningún hermano haga mal o diga mal a otro» (1 R 5, 13). En la misma línea, advierte a los ministros que «deben evitar airarse y conturbarse por el pecado que alguno comete, porque la ira y la contul'bación son impedimento en ellos y en los otros para la caridad» (2 R 7, 3). Los pecados que más se han de evitar son los que afectan a otros: «Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a que se guarden los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupa– ción y solicitud de este mundo, difamación y murmuración» (2 R 10, 7). También aquí Francisco se mueve en una perspectiva que es constante en la Biblia: hasta el exilio, casi era la única; en el NT se habla frecuentemente del pecado del mundo, y el aspecto social del pecado es el que aparece como causa de condenación en el juicio final (Mt 25, 42); además, son terroríficas las palabras de Cristo contra los que escandalizan a los pequeños (Mt 18, 6). Es 1a perspectiva bíblica que Francisco aprendió muy bien y que no puede faltar en ninguna reflexión seria sobre el pecado, especialmente hoy que los efectos de los pecados de ambición y prepotencia (soberbia, vanagloria, envidia, avaricia... ) alcanzan proporciones tan gigantescas y devastadoras. Vemos, pues, que el pecado, para Francisco, es algo muy serio: alcanza a Dios, hiere el corazón de Cristo, devasta al hombre, comprometiendo su des– tino eterno y convirtiéndolo en fuente de degradación colectiva. Son las dimen– siones del pecado que hemos venido exponiendo. Pero, para completar la visión de Francisco, hemos de referirnos a una perspectiva de sentido positivo que el descubrió en la realidad del pecado. De ello trataremos a continuación.

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