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EL PECADO, EN SAN FRANCISCO 289 Además, para Francisco, el recurso a los laicos no dispensaba de la obligación de acudir luego a los sacerdotes, los únicos a quienes «se les había concedido el poder de atar y desatar». La insistencia de Francisco en la confesión de los pecados al sacerdote puede tener como explicación el hecho de que los cátaros Y otros movimientos heréticos rehusaban hacerlo, sobre todo cuando los sacer– dotes eran de vida poco ejemplar. Francisco rebatía tal actitud, advirtiendo expresamente a sus hermanos que se confesaran «con la firme convicción y la advertencia de que quedarán absueltos de verdad de sus pecados, (:Ualesquiera que sean los sacerdotes católicos de quienes hayan recibido la penítenica y absolución» (1 R 20, 2). Según los biógrafos, Francisco daba ejemplo de lo que enseñaba, y los hermanos «confesaban con frecuencia sus pecados a un sacer– dote secular de muy mala fama, y bien ganada» (1 Ce! 46). e) La reparación o penitencia Para Francisco, esto es indispensable. Los pecados quedan absueltos de veras si, una vez recibida la absolución, los hermanos «procuran cumplir humilde y fielmente la penitencia que les haya sido impuesta» (1 R 20, 2). Sin tal reparación, no hay salvación: «Sepan todos que, donde sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin haber satisfecho, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede conocer, sino el que la padece» (2CtaF 82). Imponer esta reparación o penitencia es competencia exclusiva del sacer– dote. Por eso, manda a los ministros que, si tienen que imponer penitencia y no son ellos sacerdotes, hagan que se la impongan a los hermanos pecadores otros sacerdotes de la Orden (2 R 7, 2-3). Semejante visión de la penitencia o reparación que cumplir acusa una visión del sacramento en términos de peni– tencia tarifada, que se practicó en Europa a partir de los siglos v y VI por influencia de las iglesias celtas. Concluyendo, podemos decir que para Francisco el pecado, en su naturaleza íntima, es sobre todo una actitud de apropiación y desobediencia frente a Dios. Supone la intervención de la libre voluntad y culpa del hombre. Inter– vienen en su origen el demonio y el egoísmo personal. Con todo, el pecado no tiene la última palabra. Puede desaparecer de la conciencia del hombre. Para ello es necesario el arrepentimiento, la confesión y la reparación. III. LAS DIVERSAS DIMENSIONES DEL PECADO Voy a referirme a las dimensiones que la teología actual, a la luz de la reve– lación, está subrayando cada vez más, al reflexionar sobre el pecado. l. DIMENSIÓN TEOLÓGICA DEL PECADO Para Francisco, el pecado no es la simple violación de una ley, por impor– tante que sea, sino, fundamentalmente, una realidad religiosa: acontece siem-

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