BCCCAP00000000000000000001521

EL PECADO, EN SAN FRANCISCO 287 la ley del Espíritu del Señor. Es la totalidad de la persona, inclinada al mal. Es la realidad del hombre dominada por una intencionalidad o forma de pensar opuesta a Dios y a su reino, a su Espíritu. Este es el sentido que le da Francisco cuando dice: «Odiemos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, porque, viviendo nosotros carnalmente, quiere el dia– blo arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna» (1 R 22, 5). El mismo sentido le atribuye cuando escribe: «Guardémonos de toda sober– bia y vanagloria; y defendámonos de la sabiduría de este mundo y de la pru– dencia de la carne (Rom 8, 6), ya que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras... y busca no la religión y santidad en el espíritu interior, sino... » (1 R 17, 9ss). Carne es, por consiguiente: egoísmo, soberbia, vanagloria, ambición, voluntad propia, orgullo. Es lá naturaleza en cuanto con– trapuesta a la gracia, dice la Imitación de Cristo {I, 3, c. 54). Es el sentido que Francisco quiere expresar cuando habla de la sábiduría del cuerpo (SalVir 10), del comportamiento carnal (1 R 5, 5), etc. La carne es todo lo que lleva consigo egoísmo o centralismo del propio yo. Por esto, son pecados nacidos directamente de la carne el odio, la envidia, la ira, el orgullo, la apropiación de la voluntad personal, lo que se opone, en cada uno de nosotros, a la simpli– cidad de corazón. Sea como fuere, tampoco esta fuente de pecádo, centrada en el propio egoísmo, es decisiva. También ella, si el hombre quiere, quedará bajo su control. Dice el Santo: «Hay muchos que, al pecar o al recibir una injuria, echan frecuentemente la culpa al enemigo o al prójimo. Pero no es así; porque cada uno tiene en su dominio al enemigo, o sea, al cuerpo, mediante el cual peca. Por eso, dichoso aquel siervo que a tal enemigo, éntregado a su dominio, lo mantiene siempre cautivo y se defiende sabiamente de él; porque, mientras hiciere esto, ningún otro enemigo visible o invisible le podrá dañar» (Adro 10)., 5. LA EXTINCIÓN O DESAPARICIÓN DEL PECADO Para Francisco, el pecado no es algo definitivo, no tiene la primera ni la última palabra en la historia de la humanidad. En la descripción paradigmá– tica del pecado que nos ofrece el Génesis, aparece en el capítulo tercero, des– pués de un estado de inocencia. Y no es irreversible: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén 3, 15). Esto lo comprendió bien Francisco, en relación a sí mismo y a los demás. Dice en el Testamento: «cuando estaba en pecados... » (Test 1). Los biógrafos nos dicen que el Santo tuvo la revelación de que le habían sido perdonados sus pecados (LM 6, 3; LP 83). El pecado, por tanto, puede desaparecer de la conciencia del hombre me– diante el perdón de Dios, que es efecto de una gracia especial del Señor. Dice en sus escritos: «El Señor me dio de esta manera el comenzar a hacer peni– tencia... » (Test 1). «El Señor Dios nos creó, nos redimió y por sola su miseri– cordia nos salvará» (1 R 23, 8). «De quien y por quien y en quien está todo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz