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286 A. MONTEIRO a) El demonio Es un factor Hgado al pecado, que se deduce de la lectura de la Escritura, de la tradición de la Iglesia, de la manera de hablar de los autores y pastores de la Iglesia, de la misma liturgia y del arte sagrado, muy especialmente en aquel tiempo. Es natural, pues, que Francisco relacionase el pecado con el demonio. Dice el Santo que el demonio lleva al hombre al pecado: engañándolo, cegándolo, instigándolo, tentándolo, poniéndole asechanzas, haciéndole olvidar los mandamientos del Señor, sugiriéndole el mal, haciendo de los hombres sus hijos, separando al hombre del amor a Cristo, etc. Por eso, hay que guardarse de él y combatirlo. Y por eso los biógrafos lo presentan en lucha constante con el demonio (1 Cel 70. 72; 2 Cel 108. 110; LM 5, 4; 6, 9; etc.). En palabras de Celano, Francisco se valía del mundo como de campo de batalla contra los príncipes de las tinieblas (2 Cel 165). Sin embargo, según Francisco, el demonio no es decisivo en materia de pecado; está absolutamente controlado por Dios y también por el hombre. «De parte de Dios todopoderoso, os digo, demonios, que hagáis en mi cuerpo cuanto os está permitido» (2 Cel 122). En la Adm 10, dice que muchos, al pecar, echan la culpa al enemigo o al cuerpo; pero no es así, porque cada uno tiene en su dominio al enemigo, el cuerpo; mientras el hombre mantenga dominado a tal enemigo, «ningún otro enemigo, visible o invisible, le podrá dañar». Además, «La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus astucias ... La santa caridad confunde todas las tentaciones diabólicas ... » (SalVir 9. 13). Pero Francisco indica también otro factor ligado íntimamente al surgir del pecado en el corazón del hombre. b) La carne Es un nuevo foco de pecado, que está dentro del hombre. Pero importa saber qué significa la palabra carne para Francisco. A veces, carne o cuerpo significa la realidad corporal del cuerpo del hombre. Así, cuando dice: «Si algún hermano enfermo se turba o se irrita contra Dios o contra los herma– nos, o si quizá pide con ansia medicinas, preocupado en demasía por la salud de la carne, que no tardará en morir y es enemiga del alma, esto le viene del maligno, y él es carnal, y no parece ser de los hermanos, porque ama más el cuerpo que el alma» (1 R 10, 4). En este sentido, el cuerpo o la carne no es propiamente origen del pecado; en el texto citado, el Santo contrapone la carne al espíritu carnal; éste y no aquélla es el origen del mal. Tampoco, al menos directamente, la carne es para Francisco la concupiscencia o la lujuria; cuando habla de éstas, prefiere la palabra fornicación u otra equivalente. Así, dice: «Si por instigación del diablo, fornicare algún hermano, sea despojado del hábito... » (1 R 13, 1). Para Francisco, carne, en este contexto del pecado, tiene siempre o casi siempre el sentido bíblico que le da sobre todo Pablo, concretamente en las cartas a los Gálatas y a los Romanos. Es algo que se opone en el hombre a

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