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298 F. AIZPURÚA bales. En la Regla bulada, Francisco se dirige a sus hermanos, a los que llama «mis queridísimos hermanos» y «hermanos amadísimos»; estas dos expresiones se han suprimido en la nueva Regla de la TOR; ésta habla en primera persona del plural, mientras san Francisco usó la segunda del plural; consiguientemente se han tenido que adaptar los verbos, pronom- bres y adjetivos: «os ha constituido... os ha hecho... os ha sublimado.. . vuestra porción... jamás queráis ... » (Regla bulada); «nos ha constituido.. . nos ha hecho ... nos ha sublimado... nuestra porción ... jamás queramos ... » (Regla de la TOR). Estos cambios y omisiones han dado al texto de san Fran– cisco otro enfoque y otro tono. En la Regla bulada, es Francisco quien habla a sus amadísimos hermanos, en tono de aliento y exhortación, encarecién– doles las grandezas de la pobr,eza. En la Regla de la TOR, nosotros nos recordamos las excelencias de la pobreza como para animarnos a vivirla. Santa Clara, en su Regla (RCl 8, 4-6), reproduce las palabras de san Fran– cisco sin otra variante que el cambio del masculino por el femenino. También aquí abundan las resonancias bíblicas, en particular: 2 Cor 8, 2; Mt 5, 3; Sant 2, 5; Sal 141, 6. 2. CONTENIDO FRANCISCANO Trataremos de poner en relieve aquellos temas de la espiritualidad fran– ciscana que se hallan más en relación con el texto que estamos analizando. a) La pobreza como ámbito de la fe y de la fidelidad Hay en el franciscanismo una expresión que resume el todo de sus aspi– raciones evangélicas: la lucha por la. pobreza. Del modo de vivir la pobreza ha dependido el resto de lo franciscano. Ya en vida de Francisco fue así, y lo mismo en vida de Clara (recordar todo lo referente al «Privilegio de la pobreza»). Todo el siglo XIII planteó el problema franciscano desde ahí (recordar: Ubertino de Casale, Angel Clareno ...). Describir la historia de lo económico en el franciscanismo y la espiritualidad que lo sustenta sería describir lo más vivo, sufriente y posibilitador de su historia. Pero hay que decirlo desde el principio: tanto para Francisco como para los demás hermanos de la primitiva comunidad franciscana, la pobreza no era un fin en sí misma, sino un elemento esencial de la vida del que se dice discípulo de Cristo, un modo peculiar de concretizar el camino del Evan– gelio. Cierto que los movimientos evangélicos populares del tiempo, como los cátaros o los pobres de Lyón, hacían fuerte hincapié en la pobreza evan– gélica. Tanto o más que los franciscanos. Pero éstos no querían renovar la Iglesia con la amargura y dura crítica que los herejes hacían a causa de sus riquezas. Francisco y los suyos unían a su aprecio por una vida pobre

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