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LA CONVERSIÓN DE FRANCISCO DE ASfS 227 poderse mantener, sino que no todos los trabajos o serv1c1os podían ser aceptados. La Regla I pone ciertas condiciones para garantizar el servicio menor de la Fraternidad, rechazando aquellos trabajos que suponen, nece– sariamente, el ejercicio de poder, aunque sólo fuera entre el personal doméstico. 96 El servicio a los leprosos es el test de la Fraternidad para definirse ante la sociedad y la Iglesia como un grupo que ha optado por la margi– nalidad. Despreciados por todos, los leprosos fueron el «lugar» donde Fran– cisco descubrió al Señor (cf. Test 1). Desde entonces lo mantendrá como lugar privilegiado de su presencia y, por tanto, de respuesta existencial no solamente suya, sino de toda la Fraternidad. Los leprosos son el banco de prueba de que la opción evangélica hecha por Francisco, va más allá de lo religioso hasta convertirse en una opción por el hombre; ese hombre -el leproso- al que todos niegan su dignidad y en el que Francisco des– cubre al Señor presente para reivindicar, precisamente, el derecho a ser aceptado como persona porque Dios tiene un amor preferencial por él. 97 Esta descripción del modo de vida de Francisco y sus primeros compa– ñeros demuestra que la opción de la primitiva Fraternidad, aún enmar– cándola dentro del campo religioso, supone una toma de postura clara frente a las clases sociales de su tiempo. El hecho de elegir una determi– nada corriente religiosa para vivir su experiencia eclesial del Evangelio evidencia una sensibilidad especial por las clases más marginadas, que solamente desde ahí puede entenderse, porque Francisco no se cerró nunca, su apertura hacia las otras clases más favorecidas. 2. FRANCISCO Y LA CLASE MEDIA Si ya era difícil acotar lo que se entendía entonces por clases bajas, todavía lo es más concretar los límites de la clase media, puesto que esta clasificación, seguramente, espacaba a su comprensión de la sociedad. Podríamos creer que la pertenencia de Francisco a esa nueva clase bur– guesa con pretensiones socioeconómicas le ponía en una situación ventajosa para entenderse con ella y haber logrado una relación preferencial. Sin embargo no fue así. Y tal vez las razones deberíamos encontrarlas en eso precisamente. No debemos olvidar que Francisco fue un convertido, y la % «Los hermanos, dondequiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni cancilleres ni estén al frente de las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause per– juicio a su alma, sino sean menores y estén sujetos a todos los que se hallan en la misma casa» (1 R 7, 1-2). ' 1 J. M1có, Reflexiones sobre el Testamento, pp. 8-9; pueden verse también, más arriba, las notas 44 y 45.
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