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222 J. MICÓ grinos, etc.- destinados a paliar una situación que desbordaba el solo recurso a la limosna. Al mismo tiempo, los movimientos religiosos, en su mayoría laicos, rompieron también con el molde tradicional de vida reli– giosa apuntando hacia la «imitatio Christi». La sensibilidad cristiana había dado un vuelco, pasando de una espiritualidad de la riqueza a una espiri– tualidad de la pobreza, en la que el pobre ya no era sólo objeto de la munificencia caritativa, sino sujeto y signo de la presencia de Cristo. No cabe duda de que la utilización del pueblo en contra del clero durante la Reforma Gregoriana influyó en el matiz contestatario que fueron adquiriendo estos grupos pauperísticos, llegando algunos incluso a organi– zarse militarmente. 81 Sin embargo, su contestación no tenía una finalidad directamente social; basta ver que iba dirigida exclusivamente a la estruc– tura eclesiástica. Los motivos por los que se pedía a la Iglesia que se hiciera más pobre no eran por haber descubierto que el pobre es fruto de una situación injusta producida por los ricos. Seguramente esto se les escapaba. Si quieren que la Iglesia deje de ser rica es por haber constatado que el Evangelio les pide un tipo de respuesta que es incompatible con la riqueza. Su situación marginal les hace comprender la vida cristiana como una respuesta evangélica desde la pobreza. La actitud de Francisco, diferente en este aspecto de los grupos paupe– rísticos, no es de crítica verbal ni contra la Iglesia ni contra las clases sociales más altas. El motivo no debemos buscarlo en su falta de lucidez para percibir los fallos, sino porque su temperamento era, más bien, pací– fico y había optado, además, por una forma de vida que excluía toda polé– mica contra las estructuras. Francisco no era un hombre dialéctico, y eso se ve a través de toda su vida. 82 Pero su incapacidad para polemizar fue algo consciente que asumió como un elemento más de su propia opción. Una de las cosas que no consintió nunca a los que entraban en la Frater– nidad fue el juzgar el tren de vida de Jas clases altas y el que no fueran «católicos». 83 81 Cf. A. FRUGONI, Arnaldo da Brescia nelle fonti del secolo XII, Roma 1954; IDEM, Momento e problemi dell «Ordo laicorum» nei secoli X-XII, en Nova Historia 13 (1961) 3-22; C. VIOLANTE, La pataria milanese e la riforma ecclesiastica. l. Le premesse (1045-1057), Roma 1955; lDEM, I laici nel movimento patarino, en I laici nella «societas christiana» dei secoli XI e xn, Milán 1968, pp. 597-687. 82 Basta ver la actitud timorata para con su padre; el abandono de las armas; los enfrentamientos con los «Ministros» de la Orden que estructuraban la Fra– ternidad en contra de su voluntad; sus relaciones con el Card. Hugolino y con Fr. Elías, etc. '' «Amonesto y exhorto a todos los hermanos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman man– jares y bebidas exquisitos; al contrario, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo» (2 R 2, 17).

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