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220 J. MICÓ La opción de Francisco por este tipo de Iglesia, en contraposición a la monástica y clerical, es la clave para interpretar cuál fue su actitud frente a la sociedad que entonces se estaba fraguando. Ya he insinuado anterior– mente que, para la mentalidad de entonces, la «salida del siglo» suponía un rompimiento con toda actividad directamente social, por eso hay que descartar una opción social de clase. Donde Francisco tuvo que plantearse la opción fue dentro de la misma Iglesia, claramente dividida en dos modos diferentes ele entender y vivir el compromiso evangélico. Al aceptar el texto de la misión de los apóstoles como norma para estruc– turar su proyecto de vida, Francisco optaba por «una clase eclesial», por un modo de estar en la Iglesia que lo ponía en la frontera misma de la heterodoxia. Este equilibrio de fidelidad a la religoisidad popular y, al mismo tiempo, a la estructura eclesial, fue lo que le permitió poder llevar dentro de la Iglesia de forma ortodoxa la misma vida que los herejes. Sin embargo, a pesar de la gran afinidad de valores con estos movi– mientos pauperísticos, Francisco mantuvo siempre un interés especial en mantenerse fiel a la doctrina de la Iglesia. Tal vez su temperamento no le permitía la crítica verbal, pero la verdad es que no se apoyó nunca en ella para justificar su conducta, lo cual no quiere decir ni que fuera un contern– poranizador ni que se le escapara la realidad en la que vivía; simplemente optó por contestar desde lo vivido, sin importarle que otros movimientos ejercieran la crítica verbal. Es conveniente tener esto en cuenta para no rebajar el sentido crítico de Francisco y considerar su conversión como un refugiarse en la religión para sublimar su posible fracaso en la caba– llería y no tener que enfrentarse al reto social que el Asís comunal le presentaba. Si toda conversión debe desembocar en una opción, Francisco optó por un tipo de Iglesia popular que era vista con recelo tanto por la nobleza eclesiástica como por la nobleza social. 77 No obstante, se compro– metió con ella y ofreció a los demás la posibilidad de vivir la nueva realidad social desde una dimensión de fe y sin que tuvieran que emigrar a otras formas de religiosidad ya superadas. III. FRANCISCO Y LAS CLASES SOCIALES El hablar de clases sociales siempre resulta problemático, pues sus con– fines están, generalmente, tan difuminados que es difícil llegar a delimi– tarlos sin que se confundan. En el Asís de Francisco, como es obvio, había 77 Cf. P. BEGUIN, San Francisco y la Iglesia. Defensa de un carisma, en Cuad. Franc. de Renov. n. 28 (1974) 207-247.

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