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216 J. MICÓ portante acentuar cómo en esta etapa va descubriendo la insuficiencia del dinero como sustitutivo de la propia donación personal. Lo que podía bastar como exigencia cristiana para una clase acomodada -la limosna-, resulta inservible para responder a un Jesús que habla desde una pobreza sufrida. El alejamiento progresivo de un «estatus» social -su condición de mer– cader- para acercarse a otro eclesiástico, aunque no lo tuviera muy defi– nido, llevaba consigo el rompimiento con la propia familia. Francisco se fue a vivir a San Damián con el sacerdote que estaba allí, lo cual significaba entrar en la jurisdicción eclesiástica. De ahí que el juicio se hiciera ante el Obispo y no ante el Podestá. 65 Este juicio, como el último intento des– esperado de Bernardone para recuperar a su hijo y la decisión de éste de seguir por el camino emprendido, no representaba el rechazo a una «clase» por haber optado por otra. Se trata, más bien, de un gesto simbólico de conversión evangélica que lo llevaría, irremediablemente, a tener que vivir esta experiencia en un ambiente de desinstalación. 66 El concepto dualista que se tenía de la historia, materializando estas dos esferas o niveles del bien y del mal en las estructuras eclesiásticas y civiles, les llevaba a considerar estas dos realidades como incompatibles, de modo que al optar por una de ellas se estaba renunciando necesaria- la iglesia ya mencionada, marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí puso mano a la reedificación de otra iglesia muy deteriorada y semiderruida; de este modo continuó en el empeño de sus principios hasta que dio cima a todo. De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios, construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie se cuidara de ella. Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la Madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo. Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de su conversión» (1 Cel 21); cf. s. DA CAMPAGN0LA, La societii assisana.. ., pp. 374-375. 65 «Ante tal resolución, convencido el padre de que no podía disuadir al hijo del camino comenzado, pone toda su alma en arrancarle el dinero... Después de todo esto, el padre lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad, para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía» (1 Cel 14); cf. C. CARPANETO DA LANGASC0, San Francisco «penitente», en Sel Fran 11. 30 (1981) 463-467. " El gesto de la «renuncia» hace referencia al radicalismo evangélico de abandonar a la propia familia para seguir a Jesús. La Regla de 1221 pone como una de las condiciones para seguir a Jesús en la «forma vitae» franciscana la exigida en estos textos evangélicos: «Si alguno quiere venir a mí y no odia padre y madre, mujer e hijos y hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Le 14, 26). Y: Todo el que haya abandonado padre o madre, hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o campos, por mi causa, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (cf. Mt 19, 29; Me 10, 29; Le 18, 29)» (1 R 1, 4-5). Que estos textos no tienen ninguna intencionalidad de «renun– cia de clase» es evidente, puesto que muchos de los que entraban en la Frater– nidad eran de familias pobres.

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