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214 J. i\IICÚ ex1g1an para los caballeros, sin embargo, Francisco no era lo suficiente– mente combativo para dedicarse a la guerra. En este sentido no tenía por– venir, y su deseo de ser caballero queda como un sueño romántico de un joven con dinero y aspiraciones de nobleza. 2. LA CRISIS El año de prisión en Perusa y la enfermedad allí contraída le obligaron a plantearse la vida con seriedad. Los biógrafos ponen como jalones signi– ficativos de esta conversión su manía de retirarse al campo para meditar en solitario, Ja sensibilización por los pobres y la reconstrucción de iglesias. 58 En cuanto a la necesidad de soledad para «hablar con Dios» es un sín– toma de la reorganización que se estaba dando en su esquema de valores. Según Celano, ni la belleza de los campos ni la diversión con los amigos le decía ya nada. 5'} Su «mundo» estaba tomando otra forma estructural que requería una rumia interior para poder cristalizar. Una rumia angus– tiosa que le llevaba hasta el borde del agotamiento. 60 que es preferible servir al Señor antes que al sienro. «Francisco, empero, cambia las armas carnales en espirituales, y recibe, en vez de la gloria de ser caballero, una investidura divina» (2 Cel 5-6); cf. S. DA CAMPAGNOLA, Francesco d'Assisi nei suoi scritti e nelle sue biografíe dei secoli XIII-XIV, Asís 1977, p. 132. " Primeramente trata de convencer al sacerdote de San Damián para que– darse a vivir con él. «Por fin, el sacerdote se avino a que se quedase en su com– pañía» (1 Cel 9). Pero ante las amenazas de su padre, Francisco «se esconde en una cueva bien disimulada que para esto él mismo se había preparado... Y orando, bañado en lágrimas, pedía continuamente a Dios que lo librara de las manos de los perseguidores de su vida y que con su gracia diera benignamente cumplimiento a sus santos propósitos. En ayuno y llanto insistía suplicante ante la clemencia del Salvador, y, no fiándose de sí mismo, ponía todo su pensa– miento en el Señor» (1 Cel 10). «Ante tal resolución, convencido el padre de que no podía disuadir al hijo del camino comenzado, pone toda su alma en arran– carle el dinero. El varón de Dios deseaba emplearlo todo en ayuda de los pobres y en restaurar la capilla» (1 Cel 14); cf. LM 2, 1-2; TC 16. [Cf. la interpretaci(m que a estos hechos da L. CORNET, Orígenes de la pobreza franciscana, en Sel Fran IL 37 (1984) 81-89.] Cf. 1 Cel 3, en la nota 54. '" «Había cerca de la ciudad una gruta, a la que se llegaban muchas veces, platicando mutuamente sobre el tesoro. Entraba en ella el varón de Dios, santo ya por su santa resolución, mientras su compañero le aguardaba fuera... Con la mayor devoción oraba para que Dios, eterno y verdadero, le dirigiese en sus pasos y le enseñase a poner en práctica su voluntad. Sostenía en su alma tre– menda lucha, y, mientras no llevaba a la práctica lo que había concebido en su corazón, no hallaba descanso; uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos, y con tal insistencia que lo conturbaban duramente... He aquí por qué cuando salía fuera, donde su compañero, se encontraba tan agotado por el esfuerzo, que uno era el que entraba y parecía otro el que salía» (1 Cel 6).

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