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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 97 Los afanes terrenos y la seducción de rlas riquezas son la maleza que ahoga la semilla de la palabra y le impide fructificar (Mt 13, 22; Me 4, 19; Le S, 14). Más aún, hay de por medio una presencia del pecado en eso que Jesús designa como «mammona de iniquidad»: las riquezas en general, pero de modo especial el dinero, que esclaviza al hombre como un amo tiránico. «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6, 24; Le 16, 9-13). 1A los ojos de Jesús, que viene a sa1lvar al hombre devolviéndole la libertad de los hijos de Dios, la riqueza es la máxima atadura mientras que la pobreza es la gran liberadora. Jesús, sin embargo, no toma una actitud de repulsa ante los bienes de este mundo ni ante sus poseedores. Ni asomo de espíritu «clasista» en sus discursos ni en sus actitudes. Cultiva la amistad de hombres acaudalados y de buena posición social, como Nicodemo, José de Arimatea, la familia de Betania; acepta sin reparo !.a invitación a convites en casas de ricos; en su séquito figuran «algunas mujeres, como Juana la esposa de Cusa, administrador de Herodes ... , que proveen a su servicio con sus bienes» (Le 8, 2s). La mirada de Jesús hacia los ricos es más bien mirada de inquietud, de compasión. Sabe que no le van a entender, mientras que los desheredados y despreciados recibirán su mensaje. Se presenta como enviado «pará evan– gelizar a los pobres» (Le 4, 18) y dedica a ellos la primera ele las bien– aventuranzas. La mayor parte ele los exegetas están acordes en preferir el texto ele san Lucas como más próximo a la expresión que habría usado Jesús al iniciar el sermón ele ila montaña: « ¡Enhorabuena a vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios! ¡Enhorabuena a vosotros, los que ahora padecéis hambre ... !». Cuatro enhorabuenas a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos por causa del Reino, seguidas de otras cuatro imprecaciones (mejor, lamentaciones) a los ricos, a los hartos, a !los que gozan, a los ensalzados por los hombres (Le 6, 21-26). San Mateo, en un contexto redaccional kerigmático más de conjunto, habría querido dirigir las bendiciones del Maestro a los «pobres de espíritu», es decir, a los que tienen alma de pobre, como hoy traducen muchos. En este sentido la primera bienaventuranza formaría como el enunciado del tema de todo el sermón de la montaña tal como se halla ordenado en el primer Evangolio. Esos «pobres ele espíritu» son para Jesús, no sólo los que no tienen bienes, sino los afligidos, los mansos, los que anhelan rectitud y santidad («hambrientos de espíritu»), los misericordiosos, los de corazón limpio y sencillo, los que difunden la paz, los perseguidos; y asimismo los que dicen con sinceridad el sí o al no; los que no hacen frente al que quiere hacerles mal y vuelven la otra mejilla a quien los abofetea, y se dejan explotar, y dan a todo el que les pide; los que responden con amor al odio ele los enemigos; los que no hacen sus buenas obras para ser vistos

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