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96 L. IRIA:RTE la propiedad individual para librarse de los afanes materiales y darse con mayor sosiego a la vida del espíritu -esta pobreza estaba muy en boga en !los tiempos de Jesús, así en los ambientes filosóficos como en las sectas judías-, sino la disponibilidad para el Reino. Jesús se coloca en .la línea bíblica de los pobres de Yahvé y se propone llevar a culminación la peda– gogía divina del plan salvífica. Para que la pobreza sea verdadero misterio de amor, que devuelva al hombre a la comunión de Dios, ha de colocarle en una dependencia amorosa y confiada del Padre. No es posible separar el mensaje de Jesús sobre la pobreza de nuestra relación filial con Dios. Jesús ha venido ante todo ,para darnos a conocer al Padre y llevarnos a El. Por eso, junto a las exigencias de Jesús a sus seguidores y junto a sus seguidores y junto a sus reiteradas recomendaciones a todos de no afa– narse por atesorar riquezas y de no preocuparse del día de mañana, se hallan siempre sus enseñanzas sobre el amor con que el Padre, que alimenta a !las aves del cielo y viste a los lirios del campo, se preocupa de todos los pormenores de nuestra vida. Bien que los gentiles se agiten por los bienes terrenos, pero los hijos del reino, que viven de la ,esperanza de bienes supe– riores, han de atesorar tesoros en el cielo, donde los tendrán libres de la polilla y de los ladrones. «De sobra sabe vuestro Padre cei.lestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el reino de Dios y sus santas obras, y todo eso se os dará por añadidura» (cf. Mt 6, 19-34; Le 12, 6s, 13-34). Se trata, pues, de un concepto rplenamente religioso, mejor aún, mesiá– nico y, por lo tanto, escatológico, de la pobreza. Dejarlo todo por el Cristo y por el evangelio (Me 10, 29) es asegurar el ciento por uno aún en esta vida -fe en 1la solicitud paternal de Dios- y después la vida eterna. Con la mira en las riquezas del Reino, que ya está en medio de los hombres (Le 17, 21) y tendrá su plena realización en la vida gloriosa, el fiel discípulo del Cristo caminará por este mundo como «forastero y peregrino», sabiendo que no tiene aquí «ciudad permanente», sino que va «en busca de la ciudad futura» (Hebr 11, 13; 13, 14; 1 Pe 2, 11). c) Jesús enseíía la pobreza: «Bienaventurados los pobres» En este cuadro es preciso colocar la doctrina de Jesús sobre pobreza y riqueza, mejor sobre pobres y ricos. Porque el Evangelio no nos da una terminología abstracta ni una ética para el uso de los bienes de este mundo. Estamos en el plano soteriológico; para Jesús se trata de salvar al hombre, pobre o rico; pero él sabe que el pobre, por su misma disponibilidad de indigente, se halla mejor preparado para dar con el «camino estrecho que lleva a la vida» (Mt 7, 14) y para anhelar las verdaderas riquezas del Reino, mientras que el rico, por tener su corazón donde tiene su tesoro (Mt 6, 21), se ve impedido casi absolutamente para «entrar en el reino de los cielos», es decir, para recibir la buena nueva de salvación (Mt 19, 23-26).

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