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94 L. IRIARTE tencia terrena, en particular de su inferioridad radical frente a los bienes de la tierra. En el plan de Dios éstos debían servir para que el hombre, ,,sometiendo y dominando la tierra» (Gén 1, 28), lograra su perfección natu– ral y llevara a madurez .su libertad, en la posesión definitiva de la amistad divina. Pero se interpuso el pecado. El pecado, que para san Pablo es fundamental!mente «desobediencia», es presentado también en la Biblia como el supremo acto de egocentrismo y de ambición: «ser como Dios» (Gén 3, 5). El hombre, al pecar, realiza una apropiación consciente de los bienes recibidos de Dios dentro y fuera de sí. Al tomarlos como fin de su existencia, se esclaviza a ellos, se vuelve hacia sí mismo y se aísla de la comunidad; se indispone para la filiación divina y para la fraternidad humana; y «somete al desorden y a la escla– vitud de la corrupción» a la creación entera, que suspira por verse liberada (Rom 8, 19-22). Por eso el plan salvífico de Dios contará con la pobreza como condición de la vuelta del hombre a su amistad. La pobreza, expiación y restauración del orden querido por Dios, tendrá valor de redención. Constituirá, con la obediencia, la humillación y el sufrimiento, el gran misterio de la kénosis del Hijo de Dios, «quien, encontrándose en condición divina, no consideró como codiciada presa el ser como Dios; sino que se despojó, tomando con– dición de esclavo y haciéndose igual a los demás ... » (Fil 2, 6s); «semejante en todo a sus hermanos, para expiar siempre los pecados del pueblo... ; probado en todo a semejanza nuestra, excepto el pecado» (Hebr 2, 17; 4, 15; cf. Rom 8, 3; 2 Cor 5, 21). La pobreza-kénosis en el plan de la Encarnación adquiere en san Pablo valor de ejemplo supremo para la comunicación de bienes entre ilos fieles. Se dirige a los de Corinto y trata de estimularlos a ser generosos en su ayuda a los hermanos de Jerusalén. Ellos, ricos en bienes materiales, han de corresponder a los bienes espirituales recibidos de la comunidad madre. Y les propone el gran modelo que imitar: «Ya conocéis el ejemplo de liberalidad y gracia de Jesucristo, Señor nuestro, quien, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que con su pobreza vosotros os hicieseis ricos» (2 Cor 8, 9). No hace falta aclarar que san Pablo no se refiere directamente a la vida de pobreza voluntaria del Cristo, hijo del carpintero. Se trata de una dis– posición total ante el Padre, un vaciarse del esplendor de tla divinidad para tomar la condición humana en toda su realidad, una experiencia de nuestra pobreza radical causada por el pecado, que tiene su culminación en la obe– diencia al Padre «hasta la muerte y muerte de cruz» y en la respuesta del Padre otorgando ail Hijo «un nombre sobre todo nombre» (Fil 2, 8s). El apóstol tiene presente al ·cristo pobre en la luz del misterio pascual, es decir, ,de la salvación cumplida. Y no puede situars•e en otra luz la pobreza

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