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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 93 robustecidos en la humillación y en el fracaso. Hasta puede afirmarse que la religiosidad se confunde con la «pobreza»; los «pobres» son ahora «los que temen a Dios», los piadosos, los sinceros, los justos, fieles e íntegros, en los que Dios tiene puestos sus ojos; Y en esta comunidad de los «pobres de Yahvé» -fos anawim-, tam– bién el Mesías se anuncia como el «Pobre», el «Siervo de Yahvé» (Is 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-8; 52, 13; 53, 1-12; Sal 22). Humilde y pobre, el Siervo «no gritará, no hablará recio, no alzará su voz en las plazas, no romperá la caña cascada ni apagará la mecha humeante»; «llevará la buena nueva a los pobres, curará a los de quebrantado corazón» (Is 42, 3; 61, 1. Cf. Mt 12, 18-21; Le 4, 16-18). Mediante esta educación progresiva, Dios quiere hacer comprender a su pueblo que la «tierra», •el «reino», figurado en aquel país de promisión, que se les va cada vez más como realidad actual, es otro «reino» y otra «tierra» de valores universales y espirituales: Cuando Uega la plenitud de los tiempos, aquella minoría de los «pobres de Yahvé» está preparada para recibir el anuncio del «Reino de los cielos». Son los «verdaderos israelitas, sencillos y sin doblez» (Jn 1, 47). Y el proto– tipo se nos presenta en la pobre y humilde doncella de Nazaret, que en el Magníficat sabrá interpr:etar la disposición de espíritu de todos los «aná– wim». Todo el evangelio de la infancia está relatado en este contexto de pobreza mesiánica. Es el «resto de Israel» el que forma ,el cortejo del Mesías-Rey a su aparición en medio de su pueblo. 2. EL MISTERIO DE LA POBREZA EN LA ENCARNACIÓN En la teología de la pobreza se hace imprescindible la relación con el pecado. El rostro del pobre, tal como aparece en la Biblia, lleva siempre el estigma de la obra del ,pecado. El israelita es propenso a ver en las riquezas la señal de las bendiciones divinas y en la pobreza, como en todas las desgracias, las consecuencias del pecado, sea personal, sea hereditario. Es una concepción que ya había quedado rebatida en el libro de Job y, en general, superada en los sapienciales; pero aún persistía en los tiempos de Jesús: «Maestro, ¿por qué pecados nació ciego éste, por los suyos o por los de sus padres?»... «Has nacido lleno de pecados .y ¿vienes a enseñar– nos?» (Jn 9, 2 y 34). 1 El otro punto de vista, por el contrario, que nos pre– senta al pobre, al «justo», como víctima de la opresión y de la prepotencia, de :la injusticia en general, nos descubre la profunda relación pobreza-pecado en su doble dimensión rdigiosa y social. El pecado, máxima pobreza del hombre, en cuanto que le disocia de la comunidad divina y le incapacita teológicamente para su inserción en la comunidad humana, es la verdadera causa de todas las miserias de la exis-

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