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92 L. IRIARTE tro Señor Jesucristo (cf. 1 R 9; 2 R 6 y 12; SalVir). Hoy, llevada a madurez la teología bíblica de la Encarnación, usamos un término único para desig– nar, con san Pablo, ese binomio del misterio pobreza-humildad en el Dios– Hombre: kénosis. No creo posible dar una idea exacta de la pobreza fran– ciscana sin acercarse, con el mismo espíritu de san Francisco, aunque con una más rica información exegética, a la misma fuente donde él la bebió. 1. Los «POBRES DE YAHVÉ» A lo largo del Antiguo Testamento se hace presente una pedagogía divina que, de una manera progresiva, va disponiendo al pueblo escogido, y en él al hombre en general, a la aceptación del plan salvífica. Abraham es sacado de su tierra y de su parentela; Isaac, Jacob, José son duramente probados; el pueblo, oprimido en Egipto y luego arrancado de la vida pingüe de las márgenes del Nilo para ser lanzado a un interminable peregrinar por el desierto, en penuria, luchas y epidemias, hacia la tierra que «mana leche y miel». La «tierra» tiene que ser disputada palmo a palmo a los pueblos ocupantes, a precio de sangre y de humillaciones. «Poseer la tierra» es la meta de las aspiraciones de la «heredad de Yahvé» durante más de dos siglos, desde Josué a Salomón; y cuando ya parece que Israel se ha asen– tado en sus confines naturales «de Dan hasta Bersabé», otra vez las luchas intestinas, la escisión nacional, luego el cerco cada vez más angustioso de los poderosos imperios, ricos y orgullosos, que van talando la «viña de Yahvé» hasta la prueba suprema de la cautividad. Dios está presente a todas estas vicisitudes de su pueblo. Se aleja de él cuando lo ve engreído con sus éxitos humanos, confiado «en su arco y en su espada», en sus «carros y caballos» como los gentiles, y no «en el nombre de Yahvé» (cf. Ex 15, 4 y 19; Jos 24, 12; 2 Re 6, 22; 18, 24; Sal 19, 7; Jer 51, 19-23; Os 1, 5 y 7). Mas cuando lo ve abatido y vuelto a su Dios con la con– ciencia de su pequeñez y de su impotencia, lo levanta y le da la victoria. A partir de la cautividad, con un concepto más espiritual de las relaciones de Israel con su Dios, se va perfilando un núcleo de fieles servidores de Yahvé. Son el resto, creyentes sencillos, de condición humilde, preteridos en la vida pública del pueblo, con frecuencia víctima de la prepotencia de los acaudalados y de los ambiciosos. Los hallamos mencionados constante– mente en los salmos, en los profetas y en la literatura sapiencial como los pobres de Yalwé, que poseen el sentido de la vanidad de las cosas terrenas y viven firmemente anclados en las promesas del Reino. «En aquellos días ,quitaré de en medio de ti a tus fanfarrones jactanciosos, y ya no te ensober– becerás por mi monte santo. Dejaré en medio de ti, como resto, un pueblo humilde y pobre, que esperará en el nombre de Yahvé. El resto de Israel no· hará iniquidad, no dirá mentira... » (Sof 3, 11-13). El camino de la sal– vación de Israel se va revelando ahora como una disposición de los espíritus,

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