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126 L, IRIARTE que lo impone a los suyos por tres motivos: procurar el sustento, evitar la ociosidad y dar testimonio (2 R S; Test). ¿Y la limosna? Los hijos de san Francisco sólo podemos recurrir a ella «cuando no nos dieren ,la recompensa del trabajo». Es, por lo tanto, un medio subsidiario de vida. Pero, ¿cabe hoy seguir profesándose «medican– tes»? Podrán y deberán cambiar hoy las formas de recurrir a la limosna, a tono con la sensibilidad de nuestra sociedad; pero pensemos que la men– talidad moderna está muy preparada para venir en ayuda de quien, por darse al servicio fraterno desinteresadamente, ha de confiarse a la buena voluntad de los demás para poder vivir o hacer el bien. Nuestro trabajo no siempre es retribuido, más aún, no debe serlo si ha de responder a la vocación de «menores» -asistencia a enfermos, confesonario, catequesis, apostolado entre las clases humildes, misiones entre infieles ...-; hoy he– mos de encontrar también la «mesa del Señor» puesta para nosotros y no avergonzarnos de tender la mano, pero a condición de ser muy sinceros. Según la mejor tradición franciscana, antes de pedir para nosotros, comen– cemos por pedir para los demás pobres, para necesidades comunes; esto no choca con la mentalidad actual. Lo que sí debe evitarse es el echar mano de maneras antisociales de pedir, herencia de otros tiempos, de las que hay tantos ejemplos en iglesias y santuarios. e) Ir a los pobres. - No sólo para aprender la pobreza, sino porque, si a toda la Iglesia incumbe el deber primario de «evangelizar a los pobres», a nadie corresponde mejor esta misión en la Iglesia que a los hijos del Poverello. No se trata solamente de ejercitar de tarde en tarde un minis– terio entre las clases humildes o de llevar a cabo tal o cual iniciativa espo– rádica de acción social. Es la fraternidad misma la que debe nivelarse a los pobres, viviendo junto a ellos, en casas a escala de las suyas, de tal manera que vean que no sólo los amamos y nos interesamos por su suerte, sino que somos de ellos, que compartimos con ellos la realidad de una vida dura, que es lucha e inseguridad diaria. Pero que nos vean felices y espiri– tualmente ricos en medio de las privaciones, sin odio, sin envidia, sin espíritu de clase, en hermandad con ricos y pobres. Recordemos la llamada de Pío XII a los capuchinos: «No sólo en las iglesias, a donde de ordinario no acuden los que más necesidad tienen, sino donde quiera que se ofrezca ocasión de ejercitar el ministerio sacerdotal, en el campo, en los talleres, en las fábricas, en los hospitales, en las cárceles y en medio de las masas obreras, hechos hermanos entre los hermanos para ganar a todos para Cristo. Mezclad vuestro sudor apostólico con el sudor de los trabaja– dores ... ».24 Carta al Mín. General, 4-XII-1948; en Analecta OFMCap 64 (1948).

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