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124 L. IRlARTE «penitenciales» el problema de las formas se resolverá por sí mismo. Urge un clima de reforma, que es el que históricamente ha llevado siempre a la Orden a sus grandes períodos de vitalidad interna y de acción. Digo clima, y no reforma desgajada, que sería anacrónica además de atentar contra la fraternidad franciscana. Un margen de experimentación de «nuevas for– mas de pobreza», siguiendo ,la invitación del Concilio, sería suficiente para dar con los cauces adaptados, fruto de una mentalidad genuinamente evan– gélica. c) Pobreza real y sincera. - «Aprender de los pobres la pobreza», fue la respuesta, al comienzo de la segunda sesión conciliar, a un proyecto sobre el modo de «enseñar a los pobres el sentido de la pobreza evangélica». No llevemos al mundo una pobreza prefabricada, es decir, una fórmula de pobreza ascética, hecha un poco a nuestra medida y un poco a nuestra conformidad, de forma que nos consienta cumplir el voto y la virtud de la pobreza, guardar la Regla, pero sin experimentar la pobreza. La pobreza es una realidad que tenemos a la vista, y lo mismo que Jesús, •lo mismo que Francisco en su tiempo, hemos de ir al pobre para saber cómo tiene que ser nuestra pobreza. En los países desarrollados pobreza significa hoy el piso estrecho e incómodo, los muebles plegables para que ocupen menos espacio, las mo– lestias de una casa de vecindad... , y todo en arriendo o pagado a plazos, o construido en cooperativa con trabajo propio, bajo el agobio de unas mensuailidades que se anda mal para cubrir con los ingresos normales. Hoy no es rico el que viste al día, el que tiene cuarto de baño, lavadora elec– trica, televisor y aun coohe. Rico es el que todo eso lo tiene a capricho y lo paga sin enterarse, a cargo de su cuenta corriente en el banco; es rico el que vive en pisos amplios, en una villa aislada de todo ruido y de toda incomodidad del vecindario, con jardines y sitios de expansión. Estrechez, inseguridad, falta de promoción, estado habitual de emigrante... , he aquí las condiciones normales del pobre en nuestros países ricos o casi ricos. Pero en los dos tercios o más del género humano el pobre sigue siendo todavía cosa muy diversa: pasa hambre cada día, habita en chozas, viste míseramente y va descalzo; es analfabeto; no tiene defensa contra la explo– tación, contra las epidemias, contra tla desnutrición... ; y lo podemos hallar hoy también en las leproserías como lo halló san Francisco. Pero, ¡alerta a un peligro! Hoy se corre el riesgo de ver la pobreza ma– terial que nos rodea sólo bajo el aspecto sociológico. De la «pobreza de,l pobre» la fe nos debe elevar, como a san Francisco, a la «pobreza y humil– dad de nuestro Señor Jesucristo». Hallarle en el pobre, seguirle en la po– breza real, es nuestra profesión de pobres voluntarios. También existe el riesgo de dar la primera importancia al testimonio; éste se da ya cuando se vive la pobreza evangélica, aunque no todos entiendan el lenguaje

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