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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 123 ideal que anima una existencia individual, no puede ser norma de vida para una colectividad, una vez dejada atrás la fase carismática. No es fácil juzgar, a distancia de siete siglos y medio, de la legitimidad del camino seguido por los responsables de la Orden en el siglo XIII. Quizá fue el único que entonces cabía escoger. Pero, proyectando sobre nuestro tiempo el problema, podemos preguntarnos: ¿no hubiera sido mejor, más franciscano, reconocer paladinamente, humildemente, que el ideal formu– lado en la Regla era imposible en toda su pureza y, en lugar de atormentar fa letra de los preceptos con componendas jurídicas o con una casuística moralista, dirigir más bien el esfuerzo a dar cauces auténticos, sinceros, al espíritu de los mismos? ¿Deberá tomar esta dirección la esperada solu– ción a la práctica y al testimonio de la pobreza de la Orden en nuestros días? 23 El ideal; por serlo, permanecerá inasequible, pero deberá ofrecerse íntegro como una meta hacia •la cual se quiere siempre avanzar; el no con– seguirlo no será por culpa de la inadecuación de las fórmulas que lo tra– ducen, sino sólo de nuestra imperfección y limitación. Aceptar ésta en la vida práctica, pero tratar de superarla mediante una constante revisión del espíritu, será la mejor garantía de que se marcha de cara al ideal. a) La gran dificultad. - Viene de la misma problemática doctrinal, jurídica sobre todo, llegada a nosotros en ese ingente aparato de declara– ciones pontificias (suman 81, totales o parciales, antes de 1517), exposiciones canónicas o morales, tratados polémicos y apologéticos, tradiciones y usos, formas y cauces ,hechos en una palabra, que pueden estorbar la «vuelta a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración» de la Orden, para llegar a la acertada adaptación a los tiempos, según el criterio del decreto «Perfectae caritatis». Saltando por encima de toda esa herencia formalística de siglos -pero no por encima de las grandes realizaciones de santidad y apostolado con las causas que las produjeron-, habrá que intentar leer el evangelio de la pobreza en su sentido genuino, y tratar de hace1.1lo vida y mensaje con la misma sinceridad con que lo leyó y lo puso por obra san Francisco. Así podremos captar mejor, no sólo el espíritu, sino aun la misma letra de la Regla en el contexto espiritual en que él la redactó. b) Para recobrar el espíritu pobre como colectividad de nada serviría trabarse de nuevo en una problemática de formas -propiedad, uso, ma– nejo-; sería volver a las andadas. Es imprescindible la vida de «peniten– cia», es decir, conciencia de conversión. La pobreza franciscana no se la entiende si no se la elige, y no se la elige si uno no se convierte, si no «cambia de mente» en el sentido bíblico. Con hombres auténticamente " Cf. S. ARA, La pobreza franciscana en el contexto conciliar de una Iglesia pobre, en Estudios Franciscanos 66 (1965) 145-176.

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