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122 L. IRIARTE rren en manera alguna, no sólo en recepción, propiedad, dominio ni uso del dinero, sino ni siquiera en ninguna clase de manejo del mismo». La institución, en 1283, de los síndicos apostólicos, verdaderos administradores de los fondos pecuniarios a nombre de la santa Sede y bajo la dirección de los superiores de la Orden, fijaría definitivamente el montaje gracias al cual se mantendría la fidelidad a la letra de la Regla sin dejar de contar con el dinero. Las conciencias timoratas podían estar tranquilas: la Orden seguía «sin pecunia». Y para mejor salvaguardar este distintivo de familia, cargóse el acento, aun en la legislación, en el manejo -contractario- inme– diato del dinero, al mismo tiempo que se educaba a los jóvenes en el horror al contacto material de cualquier moneda. Por influjo de la interpretación monástica del voto de pobreza, las constituciones generales velaban con rigor por impedir la disposición independiente de cada religioso, particular– mente en el dinero, exigiendo el permiso de los superiores, otra solución en la que tampoco había pensado san Francisco. Pero quizás el riesgo mayor, por contrario al espíritu de «menores», es– tuvo en esa especie de orgullo, irresponsable directamente, de identificar la perfección evangélica con la renuncia a la propiedad jurídica en común y al uso del dinero. Desde esta altura el franciscano tenía por menos per– fectas todas las demás fórmulas de vida cristiana; y para responder al reparo obvio de que el Cristo y los apóstoles habían llevado dinero consigo, recurrían a un juego dialéctico que pasó al texto de la bula Exiit, de con– tenido muy apologético: «El Cristo realizó y enseñó obras de perfección; realizó también cosas imperfectas, como cuando huía o usaba dinero; pero en ambos casos, siendo perfecto, obró perfectamente, a fin de mostrar el camino de la salvación a perfectos e imperfectos, ya que a todos venía a salvar... ». 22 A MODO DE COROLARIO: POBREZA FRANCISCANA HOY Aquel ideal de absoluta abdicación de todo y de supresión total del dinero, que san Francisco quiso dejar en herencia a los suyos, no ha sido históricamente posible. Las varias reformas lo acometieron una tras otra, y todas acabaron por tomar postura, al amparo de formas jurídicas que les mantuvieran :la conciencia colectiva de seguir observando la Regla inte– gralmente. San Francisco apuntó al heroísmo, pero el heroísmo, bueno como " Es el argumento que san Buenaventura desarrolló, en un alarde de ingenio y de fundamentación patrística, en la Apologia pau.perum c. 1 y 7; cf. Expos. super Regulam, IV.

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