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LA «ALTÍSL\IA POBREZA» FRANCISCANA 119 Muerto el fundador, el conflicto adquiere proporciones cada vez ma– yores. La Orden quiere seguir definiéndose pobre, pero por otra parte se ve impulsada hacia una institucionalización seria, más todavía, quiere estar en condiciones de competir en el terreno del apostolado, de la ciencia, de la influencia social con cualquier otra fuerza viva de la Iglesia, en especial con los dominicos. La crisis obedece al olvido de que la pobreza evangélica, tail como se formula en el contexto de la Regla, es una actitud vital, un modo de existencia y no un problema de formas ascéticas o jurídicas. Mantener esa pobreza, como colectividad, y perder el contenido de una vida de pere– grinantes, traducida en humilde servicio fraterno a los hombres, es un contrasentido. El choque era inevitable entre la concepción oficial, llamé– mosla así, que ponía la fuerza en la abdicación del dominio, y la adhesión de '1os «espirituales» -partidarios de guardar la Regla «espiritualmente» (2 R 10)- a una interpretación más sincera del ideal profesado; para éstos se trataba ante todo de ser pobres de hecho, con dominio o sin él. Si bien ellos mismos darían en una actitud poco conforme con la pobreza-humildad al enfrentarse a la comunidad y, finalmente, al declararse en rebeldía contra la santa Sede, que era lo menos franciscano que podían hacer. Pero no deja de ser interesante comprobar que, mientras la Orden va caminando en !la vida real de espaldas al ideal, el priv.Uegio de la pobreza va siendo cada vez más exaltado, hasta construir todo un sistema doctrinal en torno a él. Se trata de mantener alto a toda costa el estandarte de la pobreza como un blasón de familia. En este aspecto no favoreció cierta– mente aquella progresiva mitización, valga la expresión, de Dama Pobreza, de que es la máxima expresión el Sacrum Commercium, venido a luz pocos años después de la muerte de san Francisco. La «Comunidad» avanza hacia formas jurídicas y teológicas, tratando de salvar el distintivo de la pobreza total e insistiendo en la letra de la Regla, hasta llegar a proyectar no sólo sobre el fundador, sino ,aun sobre el Evangelio, el sistema teórico propio y desembocar, ella también, en el rudo choque con el papa Juan XXII en un momento de crisis definitiva del espíritu. Hay un esfuerzo por interpretar el ideal mismo evangélico según el tipo de pobreza que la realidad histórica ha llevado a perfilar a favor de un andamiaje aparatoso de declaraciones pontificias y .exposiciones privadas. En vida de Francisco fueron los municipios o los bienhechores perso– nales quienes se reservaron la propiedad; los frailes tenían la conciencia de ser huéspedes, y algún censo simbólico, como la cesta de peces a 1a abadía de Monte Subasio por ,la Porciúncula, se lo recordaba cada año. Luego serán los mismos frailes quienes se construirán las casas y las iglesias, formarán su biblioteca, ampliarán sus huertos... , con las limosnas de «amigos espiri– tuales» desconocidos. ¿Cómo salvar entonces la letra de la Regla y seguir siendo «huéspedes»? En el capítulo general celebrado en Asís en 1230 plan-

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