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LA «ALTÍSL\!A POBREZA» 'FRANCISCANA 117 muy pronto, al no lograr san Francisco hacer comprender al partido, cada día más numeroso, de los letrados el verdadero sentido de la pobreza evan– gélica en el contexto total de la vida y doctrina de Jesucristo, concreta– mente en el contexto del sermón de 1a montaña. El problema no estaba en ser pobres, sino en ser menores; afectaba más a la pobreza interna que a la externa. Ya vimos cómo, con todo su amor a Dama Pobreza, al tratar de dar con una denominación para la nueva institución rechazó la de «pau– peres minores»: la fraternidad quedaba mejor asegurada con la «minoritas» que con la «paupertas» referida sólo a 1los bienes materiales. Esta proyec– ción de la pobreza es la que el santo no lograba hacer captar a los doctos que iban tomando la dirección de la Orden con el apoyo de Hugolino y con su propio asentimiento. Éstos querían la Orden bien organizada, eficiente, fuerte con sus propios medios, una fuerza que hiciera pesar su influencia en el cuerpo de 1la Iglesia. Y Francisco seguía insistiendo en el puesto de «menores» que les correspondía a ellos, pobres y humildes, siervos de todos, tratando a los clér~gos y a los obispos como a señores, sumisos a los pies de la santa romana Iglesia... Esta fue la causa principal de que muy luego se fuese centrando la aten– ción en la problemática de la pobreza como algo aislado. El conflicto tenía que venir. El primer encuentro violento prodújose, como era de prever, a la vuelta cle Francisco del Oriente en 1220, tras los pasos dados en su ausencia por sus vicarios. Ya son conocidos los episodios de las dos casas que halló habi– tadas por los frailes en Asís y Bolonia. Francisco se produce con decisión impetuosa, indignada: sus frailes están ya instalándose. Se ve obligado a desistir, porque en cuanto a la primera el municipio de la ciudad declara que se reserva la propiulad y la segunda se la adjudica para sí, también como propietario, el cardenal Hugolino (2 Cel 57-58). Francisco queda des– concertado; no esperaba tal salida; ni tiene respuesta alguna ante seme– jantes componendas de escuela. Los letrados juristas, por primera vez, le han jugado la partida. Sin percatarse quizá del alcance del paso dado, él mismo parece aquietarse con la fórmula que le han preparado: habitarán en esas casas como huéspedes. No le convence, pero le desarma. Sigue viendo él con claridad las exigencias de la pobreza evangélica y la vocación a la desapropiación total como condición para «vivir según la forma del santo Evangelio». En la Regla de .1221, un año después de lo ocu– rrido, dispone: «Guárdense los frailes, dondequiera que estén, en los ere– mitorios o en otros lugares, de apropiarse ningún lugar y de defenderlo contra nadie... » (c. 7). En ,la de 1223, no obstante la parte tomada por Hugolino y por el partido prudente en la preparación del texto, logrará encabezar el capítulo central de la pobreza con la afirmación rotunda de su ideal: «Que ninguna cosa se apropien los frailes ... , ni casa, ni lugar, ni

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