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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 109 vaya a resultar que, renunciando a las posesiones, caigan en otra forma de apropiación más fatal, la de los mercaderes viajeros, tan conocida de Francisco, y la no menos corriente de muchos peregrinos y religiosos itine– rantes, que lograban acumular buenas sumas de dinero. En los comunes italianos, y también fuera de Itwlia, d burgués adinerado era ya más fuerte que el noble terrateniente. Una institución destinada a «ir por el mundo» corría peligro de apoyarse en el dinero y llegar a ser una potencia de mayor peso que las grandes abadías señoriales. Francisco presentía esto más clara– mente a medida que veía crecer en número, en organización y en eficacia apostólica la fraternidad. De aquí su insistencia casi obsesiva: «Miremos mucho, nosotros que lo hemos dejado todo, no vaya a ser que, por una cosa tal deleznable como es el dinero, perdamos el reino de los cielos ... En manera alguna reciban ni hagan recibir, ni busquen ni hagan buscar dinero de limosna, ni para algunas casas o lugares (ajenos) ... Guárdense mucho del dinero. Y asimismo guárdense de andar de una parte para otra en busca de una torpe ganancia» (1 R 8). «Mando firmemente a todos los frailes que en ninguna manera reciban dineros o pecunia, por sí o por interpuesta persona... » (2 R 4). Para Francisco el dinero es el enemigo número uno del fraile menor, no por lo que es en sí, sino porque supone ol máximo peligro para la expropiación verdadera, condición para ser «me– nores» y para «ir por el mundo como peregrinos y forasteros». 3. «PEREGRINOS Y FORASTEROS EN ESTE MUNDO» Es el aspecto fundamental de la pobreza franciscana corno manifesta– ción del reino de Dios. Toda la doctrina de Francisco sobre la pobreza respira un clima escatológico. Es esencial al fraile menor fr por el mundo sin morada estable, sin nada que le ate ni fije aquí, vuelto el rostro hacia la «tierra de los vivientes». 10 De aquí la inseguridad respecto a los medios de vida, unida a la seguri– dad bajo el amor del Padre celestial. El santo busca esa inseguridad en seguida de su conversión (2 Cel 14); y, ya fundador, vela por ella celosa– mente (cf. 2 Cel 67; LM 7, 4). Tiene miedo a instalarse. «Aparecía ante todos como un hombre del siglo venidero», afirma Celano (1 Cel 36; cf. 1 Cel 82; 2 Cel 94 y 165; LM 5, 2). Su piedad personal, sus exhortaciones, el ambiente espiritual en que se mueve, nos le muestran en la espera confiada y anhelante del día del Señor; y no de otra forma ve fa misión de su Orden, surgida «en estos últimos tiempos para llevar a 10 2 R 3 y 6. La expresión «tierra de los vivientes» está tomada de los salmos, en especial del 141, particularmente grato al corazón del Poverello {cf. Sal 26, 13; 51, 7; 141, 7).

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