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108 L. IRIARTE entendido rectamente la expropiación de la pobreza evangélica. De la pri– mera fraternidad escribe Celano: « Y así puesto que despreciaban todas las cosas terrenas y nunca se amaban a sí mismos con amor privado, sino que todo el afecto del amor lo refundían en común, todo su afán era darse a sí mismos como precio para acudir a la necesidad de los hermanos» (1 Col 39). En esta ausencia de preferencias debían distinguirse Ios supe– riores; en el retrato del ministro general, que Celano pone en boca del santo, se le presenta como «horno qui privatis amoribus careat», «hombre sin amistades particulares» (2 Cel 185). En general, toda forma de egoísmo en el seno de la fraternidad es una apropiación, por ejemplo la singula– ridad, que pone ail religioso al margen de la vida de los hermanos (cf. 2 Cel 14). Después de lo dicho se comprende el sentido del capítulo sexto de la Regla bulada: Que nada se apropien los frailes. El desprendimiento de «casas, lugares» y todos los otros bienes materiales -pobreza externa– supone el espíritu pobre y es la condición necesaria para mantenerlo. Enseñado por la doctrina de Jesús y por lo que veía en torno a sí en aquellos comunes italianos, lanzados a una porfía de poder y de orgullo cívico gracias a la riqueza comercial, sabe que si los frailes menores no tienen «nada debajo del cielo» fuera del tesoro de la altísima pobreza, serán verdaderamente «menores». No se trata de una abdicación meramente formal, sino tan real que no deben hacer frente a ningún atropello ni injus– ticia (1 R 7). Y aquí aparece también el motivo central que tuvo el santo fundador para prohibir tan radicalmente el dinero. Hay una clara evolución en la actitud de Francisco, cada vez más absoluta, en este particular. En el pri– mer momento de su conversión, aunque siente un desprecio profundo por el dinero, todavía lo considera, no obstante, úti1I para socorrer al necesitado o llevar a cabo la reconstrucción de la iglesia de San Damián (1 Cel 8-9). Después ele escuchar el evangelio de la fiesta de san Matías -«no llevéis oro ni plata ni cobre en vuestro cinto» (Mt 10, 9)-, se decide a no contar nunca con el dinero; esta decisión está expresada varias veces, con tér– minos nada equívocos, en la Regla de 1221 (c. 2, 7, 8, 14); pero aún admite una excepción: «la necesidad manifiesta de 1los frailes enfermos»; excep– ción que desaparece en la Regla bulada (c. 4 y 5). A la luz de las anécdotas que nos han transmitido los biógrafos y que Celano compiló en la Vida II (2 Cel 65-68), podríamos ver en Francisco una actitud fanática hacia la pecunia como algo contaminado en sí y diabólico, cuyo contacto man– chaba; pero reflejan un concepto ascético formado posteriormente en la Orden y proyectado sobre el fundador. El pensamiento de éste aparece claro en el capítulo octavo de la Regla de 1221. Se trata de prevenir el peligro de la avaricia y de la solicitud de las cosas de este mundo; no
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