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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 107 gado a este supremo grado de pobreza activa, ya no le resta sino ofrendar su vida, si el Señor se la pide, mediante el martirio, prueba suprema del amor, máximo desasimiento por el Cristo. Por eso a los misioneros que marchan a dar testimonio entre 1los infieles Francisco les pide esta menta– lidad de expropiación definitiva: « Y todos los frailes, dondequiera que estén, recuerden que se entregaron a sí mismos y dieron sus cuerpos a nuestro Señor Jesucristo, y deben por su amor exponerse a los enemigos visibles e invisibles ... ».7 Su vida estuvo siempre impulsada por este anhelo del martirio, «ofreciendo de continuo lo único que le quedaba, el cuerpo y la vida, por amor del Cristo», y empr,endió por tres veces el viaje en busca del ideal supremo (LM 9). Más tarde, san Buenaventura (o quien sea el autor de la Expositio super Regulam, 2), teorizando sobre este tema, llegará a afirmar que toda la vocación del fraile menor se orienta de cara al mar– tirio; y en su Apologia pauperum, 4, respondiendo a la acusación de que los frai,les menores buscan el martirio de un modo inconsiderado, da esta razón: «En la cima ele la perfección evangélica, y como su más preciado adorno, se halla el ansia de padecer y morir por el nombre de Jesucristo». Es lo que san Francisco quiso decir cuando exclamó, al tener noticia del martirio de los primeros misioneros de Marruecos: «Ahora puedo decir que tengo cinco verdaderos frailes menores». 8 Caridad y pobreza debían hermanarse de tal forma que ésta dispusiera el corazón para el amor fraterno, tanto más fuerte cuanto más dura es fa experiencia común de la penuria, y la caridad viniera a llenar el vacío de los recursos humanos cuando se trataba de asistir al hermano enfermo o de procurar los medios imprescindibles de vida. Por esta razón Francisco quería que cada cual manifestara al hermano confiadamente su necesidad y que, conocida ésta, todos los hermanos rodearan al enfermo de un amor superior al de 1la madre con su hijo. No sin expresa intención forma esta prescripción la segunda parte del capítulo de la altísima pobreza en la Regla definitiva. 9 La «verdadera caridad fraterna» ama y se da sin esperar correspon– dencia del hermano, más al enfermo que al sano, más al ausente que al presente (Adm 25). El enemigo número uno de ila fraternidad es el amor privatus -el amor egoísta, particular-, que no puede existir en quien ha 7 1 R 16, 10; cf. 1 R 22, 3: «Son amigos nuestros todos aquellos que nos per– siguen, nos injurian y nos producen dolores, tormentos, martirio y muerte... » ' Analecta Franciscana III, 593. Cf. LÁZARO DE AsPURZ, La vocación misionera en la Orden Franciscana, en España. Misionera 5 (1948) 18-36, 102-130. 9 2 R 6; cf. 1 R 9; 10; 11; 2 Cel 22, donde se refiere cómo san Francisco hizo preparar la mesa en atención al hermano que «se moría de hambre», y explicó: «He hecho esto porque así me lo ha mandado la caridad fraterna»; además, sobre la caridad unida a la pobreza, véase 2 Cel 172-181.

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