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LA «ALTÍSIMA POBREZA» FRANCISCANA 105 se creería «ladrón de los tesoros del Señor» (Adm 22 y 28; 2 Cel 99). Lo que importa es que «nada nos impida, nada nos separe, nada se interponga» entre el sumo Bien y nuestra pequeñez (1 R 23, 10). En la peculiar ascética de Francisco todas las virtudes son consideradas en función de pobreza interna, y los vicios contrarios llevan siempre el mal fundamental de todo pecado, el «appropriatio», que es atentado contra el dominio universal de Dios. «La carne, contraria siempre a todo bien», nos induce a atribuirnos a nosotros lo que pertenece sólo a Dios; por el con– trario el espíritu de Dios nos impulsa a distinguir en nosotros lo que Dios obra en nosotros o por medio de nosotros (Adm 12). «El mayor enemigo del hombre es la carne, que usurpa para sí y convierte en gloria propia lo que no ha sido dado para ella, sino para el alma... » (2 Cel 134). Y aquí estriba la verdadera humildad, ,que es justicia para con Dios: «Bienaventurado el siervo que no se gloría más del bien que Dios dice y obra ¡por medio de él que del que dice y obra por medio de otro. Peca quien prefiere recibir de su prójimo antes que dar de sí a Dios» (Adm 17). Por eso la vanagloria es una especie de robo, ya que equivaile a alzarse con los bienes de Dios (Adm 12; 1 R 17; 2 Cel 130-134). Y la envidia «participa de la malicia de la blasfemia, porque ,quien envidia a su hermano por el bien que Dios dice y hace en él, envidia al mismo Altísimo, que es quien dice y hace todo el bien» (Adm 18). La «appropriatio» por vanagloria puede viciar aun das obras buenas, por falta de pobreza interior: «Bienaventurados los pobYes de espíritu ... (Mt 5, 3). Hay quienes se cargan de oraciones y de ofi– cios, y maceran su cuerpo con muchas abstinencias y mortificaciones, pero por una sola palab:ra que les pan.~ce una afrenta o por alguna cosa que se les quita, se les ve escandalizados y turbados. Estos tales no son pobres de espfritu, porque el que es verdadero pobre de espíritu se aborrece a sí mis– mo y ama a los que le dan de bofetadas (Mt 5, 39)». 6 Así entendía Francisco el «bienaventurados los pobres de espíritu». Y como el saber se convierte tantas veces en estorbo para tener el espíritu debidamente expropiado, quería que los doctos realizaran en cierto modo también esta difícil abdicación de la ciencia, al entrar en la fraternidad de los menores, para vivir «sin propio» (cf. 2 Cel 194; LM 7, 2). Quienes se sirven de la ciencia para ser tenidos por más sabios y para medrar «son víctima de la letra que mata, mientras que son vivificados por el espíritu de Ia divina Letra aquellos que no se consideraban propietarios de 1la letra que saben o desean saber, sino que, por la palabra y por el ejemplo, la devuelven al altísimo Señor, de quien es todo bien» (Adm 8). Este temor ' Adm 14, La pobreza de espíritu. El mismo sentido tiene la Adm 15, La paz, que es una aplicación de la otra bienaventuranza: «Bienaventurados los pací– ficos».

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