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100 L. IRIARTE del renunciamiento total, el hijo de Pedro Bernardone conocía perfecta– mente el rostro de Dama Pobreza. Habíalo entrevisto en aquellos meneste– rosos que le extendían la mano cuando él se hallaba en la tienda de telas y le pedían una limosna «por amor de Dios» (2 Cel 5; LM 1, ls). Pero el gesto burgués de remediar la necesidad del pobre con un puñado de dinero hallólo muy pronto absurdo; tenía que experimentar la pobreza del pobre. Por eso un día cambia sus ricos vestidos por los de un soldado indigente; otro día, peregrino en Roma, quiere probar a qué sabe el sentarse, cubierto de harapos, entre la multitud de mendigos que se agolpan en el atrio de la basílica de San Pedro (2 Cel 8; LM 1, 2). Por fin, ila experiencia suprema al estampar un beso en las carnes del leproso un día que cabalgaba por la llanura de Asís, él que sentía tal repugnancia a la vista de un leproso que, «al divisar desde dos millas de distancia sus chozas, se tapaba las narices». Eil Cristo se le revela entonces en el pobre más pobre de la Edad Media. Desde aquel momento irá a encontrarse gustosamente con Él en aquellos que el pueblo, con instinto certero, conocía como los «hermanos cristianos» por antonomasia, y se considerará dichoso cuando le permitan besarles en sus labios purulentos o comer pon ellos de la misma escudilla a cambio de la limosna que les lleva (1 Cel 17; 2 Cel 9). De este hecho data su conversión, como el mismo santo lo afirma en el Testamento: «He aquí cómo el Señor me dio la gracia de comenzar a hacer penitencia. Hallán– dome todavía en los pecados, érame ,muy amargo ver los leprosos; pero el Señor me llevó entre ellos y usé de misericordia con ellos. Y apartándome de ellos, lo que antes me parecía amargo me fue convertido en dwlcedumbrc del alma y del cuerpo». Descubierto el Cristo en el pobre, ya se halla pre– parado para descubrirlo, como «varón de dolores», en la imagen del Cruci– fijo de San Damián, que tendrá lugar poco después. Ahora sabe que el necesitado es el Cristo, ese «Cristo pobre y crucificado» que será para él la ciencia de las ciencias (2 Cel 105). Persuadido de que el Cristo acaba por revelarse siempre a quien le busca en el pobre, hará consistir el noviciado de sus primeros seguidores en la convivencia con los leprosos, enseñándoles a «servir a todos humilde y devotamente» (1 Cel '39). La pobreza que ha hallado Francisco no es un sistema de vida ascética, como el que ya estaba acuñado en el monaquismo tradicional, ni un pro– grama de reforma de la Iglesia, como los que sacudían a la sazón la socie– dad cristiana bajo la consigna de la vuelta al Evangelio, ni siquiera un medio de testimonio, necesario para hacer frente a 1los herejes reformadores y para volver a la sinceridad cristiana, que fue el móvil de la vida de pobreza abrazada por santo Domingo. La pobreza de Francisco es fruto de un amor. Más que un medio para amar perfectamente, es una consecuencia del amor que ya se da, es el misterio o sacramento de la presencia de Cristo en el pobre, que obra en quien se iguala al pobre.
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