BCCCAP00000000000000000001518

98 L. IRIARTE y gustan de orar al Padre en iia intimidad; los que no viven del afán de allegar tesoros en la tierra ni se preocupan del día de mañana, porque saben que Dios es Padre; los que no juzgan a los demás; los que se portan con los demás como quisieran se portaran con ellos (Mt 5; 6; 7). Se trata, pues, de una disposición espiritual que Jesús se esforzaba por infundir en stis seguidores, tierra abonada para la germinación y el crecimiento de la palabra de salud. Para atraerlos a su magisterio, f',1 mismo se les ofrecía como «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) y proclamaba que había venido «a servir y no a ser servido» (Mt 20, 28; Me 10, 45; Le 22, 27; Jn 13, 12-17). Este mismo sentido tienen las amonestaciones a hacerse peque– ños, como niños, a ser «menores en el reino de los cielos» (Mt 11, 11; Le 7, 28; 9, 48; 22, 26); y Jesús gustaba de comparar a sus discípulos a un «pequeño rebaño», integrado por «pequeñuelos», entre los que alternaba como hermano entre hermanos (Mt 10, 42; 18, 6-14; 25, 40 y 45; Le 12, 32; 17, 2). Nadie mejor preparado para adquirir este espíritu de disponibilidad fillial ante Dios que el pobre voluntario, que se libera de todos los bienes repartiéndolos entre los necesitados, y se confía al Cristo y al Evangelio. Pero la teología evangélica de la pobreza tiene su culminación en ese misterio de presencia del Cristo en el pobre, en todo pobre de bienes de fortuna o de bienes de naturaleza: la pobreza-sacramento. Jesús se iden– tifica con los pobres, se revela en ellos a quienes tienen fe en El. Ya es conocido el pasaje: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... , estaba desnudo y me vestisteis ... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos pequeñuelos, hermanos míos, a mí me lo hicisteis... » (Mt 25, 31-46). La voz de cualquier pobre será ya, para toda alma auténticamente cris– tiana, «la voz del Cristo pobre en nosotros, y con nosotros, y por nosotros», según expresión de san Agustín. II. «LA POBREZA Y HUMILDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO» Francisco no era un docto «in sacra pagina», uno de aquellos «teólogos que nos sirven las santísimas palabras divinas», hacia quienes él sentía tan profunda veneración y agradecimiento, «porque nos sirven espíritu y vida» (Test 13). Pero, «amaestrado por la sabiduría superior que viene de Dios e ilustrado con los rayos de lla luz eterna, poseía en no pequeño grado el sentido de las Escrituras... A donde no llega la ciencia de las escuelas penetra el afecto de la mente» (2 Cel 102; LM 11, 1s). Era una experiencia,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz