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DIOS EL BIEN, SEGÚN S. FRANCISCO 47 expresar con cada uno de los adjetivos aplicados al Bien: omne, totum, plenum, summum (todo, total, pleno, sumo). Sería ocioso alambicar el sen– tido, no ya filosófico, sino aun gramatical, de esa sucesión, que viene a decir todo a un mismo tiempo: plenitud, universalidad, totalidad, supremacía. ne semejantes series de sinónimos, referidos a Dios, hay varios ejemplos en los escritos del Santo: «piadoso, manso, suave, dulce»; «justo, veraz, santo y recto»; «inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable» (1 R 23, 9. 11). IV. ES LA META DEL ITINERARIO QUE TIENE POR GUÍA LA POBREZA Antes de su conversión, el joven Francisco había comprobado hasta dónde tienden los hombres a absolutizar los bienes de que disponen o que ambicionan. Es cierto que le daba en rostro aquel culto que su padre Pietro Bernardone daba al dinero. Pero él mismo, en sus prodigalidades, absolutizaba otros valores, que también esclavizan: las diversiones, la vani– dad, la popularidad, la gloria. El relato de los tres Compañeros, que recoge los recuerdos personales de Francisco, contiene un toque bien significativo: desde el día en que se quedó ensimismado en la ronda con los amigos en fuerza «de la dulzura indecible que le llenaba el corazón», y sintió que algo fundamental se había modificado en su vida: « ... dejó de adorarse a sí mismo, y vio que, ante él, iban perdiendo interés las cosas que antes amaba... , se iba desvinculando de la super– ficialidad de las sugestiones mundanas ... La gracia divina lo había mudado profundamente» (TC 8. 10). Siguiendo adelante en la experiencia de aquel proceso de conversión, añade la misma fuente: «Un día que estaba orando fervorosamente al Señor, oyó que se le decía: ¡Francisco!, si quieres conocer mi voluntad, debes despreciar y odiar todo lo que has amado y has deseado poseer mundanamente. Cuando te hayas decidido a hacerlo así, se te hará insoportable y amargo todo lo que anteriormente se te hacía atrayente y dulce; por el contrario, las cosas que antes aborrecías te proporcionarán dulzura grande e inmensa suavidad» (TC 11). Es patente la identidad de este recuerdo con la experiencia que el mismo Francisco ha consignado en su Testamento: «Lo que antes se me hacía amargo se me cambió en dulcedumbre del espíritu y del cuerpo» (Test 3).

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