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DIOS EL BIEN, SEGÚN S. FRANCISCO 45 todo el bien que hallamos en nosotros, «ya sea de naturaleza ya sea de gracia». No hay, por lo tanto, motivo para gloriarse en ningún caso por el bien que realizamos (lo repite especialmente en sus cartas). «Nadie desee ser alabado en esta vida, ya que robas a Dios todo cuanto aquí lo atribuyes a ti sin referirlo a Dios.» En consecuencia, hay que alegrarse más del bien ajeno que del propio. 6 Un anticipo textual de las Admoniciones 21 y 28 podemos ver en esta sentencia de san Bernardo: «Es más útil esconder que manifestar el bien que quizá tenemos.» 7 He indicado el precedente peligroso sentado por Platón al soslayar el problema del mal y abrir la puerta a la solución, cómoda pero trágica, de contraponer al principio bueno, que es Dios., un principio malo, causante del mal. En efecto, el dualismo ha venido acechando al cristianismo ya desde el comienzo, no obstante el principio inequívoco proclamado por san Pablo: «Todo lo que Dios ha creado es bueno» (1 Tim 4, 4), y el artículo profesado por los bautizados desde la época apostólica: Dios creador de todo cuanto existe. Esa concepción extracristiana, que se infiltró en el siglo segundo con el gnosticismo y en el siglo cuarto con el priscilianismo y el maniqueísmo, volvió a rebrotar en el siglo doce con el catarismo, presente en mayor o menor grado en los varios movimientos carismáticos de ese tiempo, espe– cialmente en los albigenses y valdenses. En 1215, Inocencia III hizo insertar en el capítulo primero del con– cilio IV de Letrán el contenido fundamental de la profesión ele fe que venía exigiéndose a los valdenses arrepentidos en el acto de abjuración de la herejía: Dios es el creador único de todos los seres del cielo y de la tierra, visibles e invisibles, corporales y espirituales; y todo lo ha hecho bueno, sin excluir a los demonios; éstos se hicieron malos por sí mismos. 8 Francisco, con su fe dócil y sin complicaciones, no hallará dificultad en adherirse a esa verdad eminentemente cristiana, que iluminará su acti– tud positiva y serena ante la bondad fundamental de cada hombre y ante la creación de Dios, creada por él buena y limpia. Es sólo el abuso del don de la libertad humana, violentando el designio amoroso de Dios, lo que introduce el mal en el mundo (cf. Adm 2 y 5). • Epistolae: ML 182 (ver Indice); Senn. in Cantica: ML 183, 833, 836s, 1019. 1 Serm. de Adventu Domini IV: ML 183, 48. ' DENZINGER, Endzíridion symlJOlorurn, n. 790, 800.

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