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44 L. IRIARTE lo había expresado ya san Ireneo en el siglo n: «la necesidad de tener alguien a quien comunicar sus beneficios». 2 Pero quien más a fondo teologizó el pensamiento platónico y mayor influjo ejerció en los escritores de la edad media fue el Pseudo-Dionisia Areopagita. En su libro De divinis nominibus («Sobre los nombres divinos») asigna a Dios, como primario y esencial, el nombre de to agathon ( «el bien»). Dios es el Bien sustancial; la bondad es la misma esencia divina, la razón de ser de la divinidad; y, por eso, como el sol difunde la luz, Dios difunde la bondad en todo lo existente. Todos los seres proceden de esa bondad fontal. Y Dios es el «Bien supremo de todos los bienes», el «sumo Bien». Como causa universal que es, «por razón de la excelencia de su bondad, ama todas las cosas, crea todo, perfecciona todo, contiene todo, atrae todo a sí; es el mismo amor de Dios, bondad de bondad, bien para el bien», 3 Pasando por alto otros escritores medievales, deudores en mayor o menor grado a la tradición patrística, interesa recoger las ideas y las expre– siones de dos que ciertamente dejaron su huella en la época precursora del franciscanismo: Hugo de San Víctor (t 1114) y san Bernardo de Claraval <t 1153). El místico de la escuela de San Víctor, en varias de sus elucubraciones características, mitad especulación y mitad contemplación, habla de Dios como bien, y se expresa en términos idénticos a los que vamos a encontrar en los escritos de san Francisco. Dios es ipsum bonum, universale bonum, omne bonum, omne verurn bonum; summum bonum, in qua est omne bo– num et tutum et sulum bonum; simplex bonwn, quod est omne bonum, et satis est.4 El abad de Claraval formula, como algo definitivamente sentado, el prin– cipio platónico-patrístico de que «para Dios es lo mismo ser que ser el bien»; y añade: «Sólo Dios es bueno, porque es bueno por sí mismo». Y lo llama reiteradamente omne bonum et summum bonum. 5 Pero lo que más cerca le coloca de la enseñanza de san Francisco es su insistencia en que, siendo Dios la fuente de todo bien, a él debemos atribuir ' Adv. haereses, 4, 14, 1: MG 7, 1010. Véase HILARIO, In psal. 2, 15: ML 9, 269; GREGORIO NAz., Orationes 38, 9: MG 36, 320; AGUSTIN, De civ. Dei 11, 24: ML 41, 338; GENNADIO, Lib. eccles. dogmatum 10: ML 58, 983; JUAN DAMASCENO, De fide orthod.: MG 94, 864. ' De div. nominibus IV: MG 3, 693-708. • De spiritu et anima 63; De sacramentis I, 4; De bono summo et non summo. Miscell. 186: ML 40, 827-829 (entre las obras atribuidas a S. Agustín); 176, 241s; 177, S82s. 5 De natura et dignitate amoris 5; In antiph. Salve Regina l, 5; Sermo de mi– seria humana 5: ML 184, 388, 1064, 1113, 1203.
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