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42 L. IRIARTE en ellos elementos del N. T. El Dios celebrado e invocado en el salterio es, para Francisco, el Padre de Jesús y Padre nuestro, que nos ha dado y nos da de continuo a su propio Hijo en prueba de su amor eterno. Ahora bien, en los salmos resuena sin cesar, sobre todo en la versión latina entonces en uso, la bondad de Yahvé para con su pueblo Israel y aun para con todas las gentes y todos los seres. Debía ser particularmente grata al Poverello la invitación, tan repetida: Confitemini Domino, quoniam bonus («Demos gracias al Señor, porque es bueno») (Sal 105, 1; 106, 1; 117, l. 29; 135, 1; Dan 3, 89), y las exclamaciones en que el salmista pondera la bondad de Dios: Quam bonus Israel Deus! (« ¡Cuán bueno es Dios para Israel!») (Sal 72, 1; 118, 68). Y no menos asimiló los versículos en que ese Dios es presentado como el generoso bienhechor que derrama sus bienes sin tasa y sacia las aspiraciones de los que esperan en Él (Sal 3, 3; 12, 6; 15, 2; 26, 13; 33, 11; 64, 5; 102, 5; 103, 28; 106, 9; 118, 68). A la luz de los textos evangélicos pudo profundizar en el sentido de la salmodia. En ella debió de llamarle la atención una afirmación, que hallará también en san Pablo: No hay nadie que haga el bien, ni uno siquiera (Sal 13, l. 3; 52, 4; Rom 3, 12). La cita explícitamente en la Admonición 8. Es la corroboración, en sentido positivo, de un texto evangélico particu– larmente caro a Francisco: Nadie es bueno sino uno solo, Dios (Mt 19, 17; Le 18, 19). Hay cuatro citas explícitas en sus escritos personales: dos en la Regla no bulada (1 R 17, 18; 23, 9), una en la Carta a los fieles (2CtaF 62), una en la oración final de las Alabanzas para cada hora (AlHor 11). Y aún puede añadirse el apelativo «buen Señor» del Cántico del hermano Sol (Cánt 1). Por una noticia de la Leyenda de Perusa sabemos, además, la impor– tancia que daba a esa sentencia de Jesús aun en las relaciones humanas. Al médico de Arezzo, de nombre Buongiovanni, lo llamaba sencillamente «hermano Juan», porque «no quería designar por su nombre a los que se llamaban «Bueno», por respeto al Señor, que dijo: Nadie es bueno sino uno solo, Dios» (LP 65). Según el Espejo de Perfección, Francisco habría modificado el nombre a su amigo llamándolo Benvegnate (Finiato, según otros manuscritos) (EP 122). Por lo demás, del conjunto de las enseñanzas de Jesús sobre el Padre, todo bondad y misericordia, «que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos y pecadores» (Mt 5, 45), así como de numerosos textos de san Pablo, que hablan de «las riquezas de esa misma bondad» del Dios que salva (cf. Rom 2, 4; 11, 22; Ef 2, 7), fue formándose Francisco la idea cabal del sumo y único Bien.

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