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DIOS EL BIEN, SEGÚN S. FRANCISCO 61 mente y no me gozo del bien del otro, y no me entristezco de su mal..., falto a la caridad y en mí disminuye el bien.» Fray Gil repite un concepto, que puede tener cierto matiz ascético negativo, como algunas de sus sentencias sobre otros temas: «Has de pedir a Dios que no te conceda muchos bienes en esta vida, para que no te veas envuelto en duras luchas y pierdas el premio mayor.» «Hemos de estar más temerosos de los bienes que de los males, dada nuestra propensión al mal y nuestra resistencia al bien.» 12 Salimbene recoge en su Crónica un dicho de fray Gil en relación con esa prevención sobre el peligro de envanecerse de los bienes o de abusar de ellos: «Grande gracia es no tener gracia alguna.» 13 Ciertamente, en esto, no había asimilado el fondo evangélico de las enseñanzas de Francisco, tan agradecido a los dones de Dios en sí y en los demás. Con san Buenaventura es la teología la que viene a quedar enriquecida con la contemplación franciscana del sumo Bien. Es difícil, ciertamente, deslindar en los escritos del doctor seráfico lo que le viene de la tradición platónica, a través de san Agustín, del Pseudo 0 Dionisio y de la escuela de San Víctor, de lo que es fruto de su contemplación personal y del clima espiritual creado por san Francisco; pero la sintonía con los con– ceptos de éste es completa. En la estructura filosófica bonaventuríana el Bien esencial se identifica con el ser; es unum, verum, pulchrwn; y no puede menos de ser summum y totale. Dios es el Bien, el sumo Bien (lo repite muchas veces), todo bien, bien de todos los bienes, el solo bueno, plenitud y suficiencia de bien, causa y fin de cuanto bien existe, autor y fuente de todo bien. Es la bondad. Siendo el Bien diff usivum sui, esa Bondad fontal se di-funde a los seres en fuerza de una expansión voluntaria, «imprime bondad en cada cosa». Las creaturas son todas buenas en sí mismas, pero no por sí misnias, sino «buenas por participación», en cuanto proceden de Dios, ya que «toda bondad viene de Dios». Toca al hombre libre reconocer esa verdad y dar a los bienes interiores y exteriores el debido sentido. Y, desde el momento que todo bien es comunicación voluntaria y amorosa del Creador, «los bienes terrenos no son nuestros», nos han sido dados «en forma transitoria». En consecuencia, se debe atribuir a Dios todo bien, debe volver a él todo eil bien que tenemos 12 Dicta beatí Aegidii, Ed. Quaracchi 1905, págs. 25s, 92-94, 97s, 99, 102, 104, 119. '' Crónica, ed. MGH SS XXXII, 184.

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