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DIOS EL BIEN, SEGÚN S. FRANCISCO 59 Se complacía en especificar, con su sentido de concretez y de vecindad, las peculiaridades de cada creatura que Dios le había dado como hermana. Así lo hizo en el Cántico d,e las Creaturas, con el alma inundada de gozo, en medio de sus sufrimientos, pensando en los beneficios recibidos del Altísimo: «Cada día usamos de las creaturas -dijo a los hermanos al enseñarles el Cántico- y sin ellas no podemos vivir; y en ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día nos portamos con ingratitud por este grande beneficio, y no damos las gracias, como es nuestro deber, a nuestro Creador y dador de todo bien» (,LP 43; EP 100). Enseñaba a los hermanos a tratar con respeto aun a los seres insen– sibles, a los árboles, a las hierbas y flores, porque «cada creatura nos está sus4rrando: Dios me ha hecho para ti, oh hombre» (LP 51). Tomás de Celano traduce los sentimientos de Francisco en expresiones doctas: «Miraba el mundo como un espejo tersísimo de la bondad de Dios. En cada obra alababa al Artífice; todo cuanto hallaba en las creaturas lo refería al Hacedor. Exultaba de alegría en todas las obras de las manos del Señor... En las cosas bellas reconocía a la Belleza suma; cada uno de los seres que para él son buenos siente que le dice: El que nos ha creado es infinitamente bueno... En todas las cosas se le manifestada ya con claridad esa Bondad fontal, que un día será todo en todos» (2 Cel 165). VIII. SAN FRANCISCO FORMó ESCUELA He indicado ya cómo el Poverello se esforzó por comunicar a sus her– manos, y aun a los fieles que entraban en su radio de acción penitencial, lo que en él era experiencia de fe y consecuencia de la postura adoptada ante Dios. Por las fuentes biográficas vemos en qué grado logró formar una verdadera mentalidad espiritual en torno a la idea de Dios como Bien supremo y al sentido de los bienes internos y externos. Nadie supo captar, en esto como en otros aspectos, la enseñanza del fundador, aun en los matices más finamente evangélicos, como santa Clara. Transcribe, de la Regla de san Francisco, sus expresiones sobre la voca– ción como don e «inspiración» del Señor (c. 2); y en el Testamento se extiende en la ponderación del gran beneficio de la misma vocación, «uno de los mayores que hemos recibido y estamos recibiendo cada día de la liberalidad divina». Lo mismo que Francisco, ve en su propia «conversión» la absoluta iniciativa de Dios, y en cada hermana un don de la divina bondad. También ella habla de la «gracia de trabajar» y de servir a la

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