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56 L. IRIARTE ánimo agradecido, «ya que nos ha dado a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida» (1 R 23, 8). Nos da la salud; pero también la enfermedad es don suyo. Por ello «el hermano enfermo ha de dar gracias al Creador por todo, deseando estar tal como el Señor le quiere, sano o enfermo... » (1 R 10, 3). Es lo que hacía al Poverello conservarse en paz y gozo inalterable en medio de sus males físicos. Entre las cualidades morales Francisco apreciaba, de manera especial, aquellas que disponen el espíritu para vivir según el evangelio: la since– ridad, la sencillez, la cortesía, la alegría, la liberalidad... Mostraba prefe– rencia por las personas adornadas de tales dones de Dios. Para la vida en fraternidad eran preciosas esas cualidades humanas. También lo era la gracia de servir a los hermanos, que no todos tenían en el mismo grado (cf. i R 9, 11). Y, muy importante, la gracia de trabajar (2 R 5, 1). Todo hermano está obligado a darse al trabajo para colaborar al bien de todos y evitar la ociosidad; pero Francisco considera don de Dios muy de estimar la dis– posición y preparación personal para el trabajo, el saber un oficio. Cada hermano debe seguir ejercitando el que tenía cuando Dios lo llamó a la fraternidad; y los qu.e no saben ninguno, deben aprenderlo (l R 7, 3; Test 20s). Claro está. que, además del trabajo manual, forman parte de esa misma «gracia» otras ocupaciones y servicios: el trabajo espiritual del contemplativo, el trabajo intelectual del hombre de estudio, el trabajo ministerial (1 R 17, 5; CtaSA 2). Y es también «trabajo» el ir por la iimosna (1 R 9, 9). La gracia de trabajar estaba en relación con el don del tiempo, del cual hacía gran aprecio 'Francisco: «estaba atento a utilizar todos los retazos de tiempo sin perder uno solo» (2 Cel 97, 159). Detestaba la ociosidad y no podía tolerar ociosos en la fraternidad (2 Cel 159-162). Y no descartaba entre los dones preciosos otorgados por el dador de todo bien los consuelos del arte y, por lo tanto, de los instrumentos mú– sicos. Es cierto que los hombres -razonaba- les dan muchas veces un destino indebido, pero eso no cambia la finalidad del Creador (LP 24). Ese mismo saber situarse, en cada coyuntura de la vida, con ánimo ecuánime y maduro, sin zozobras ni ansiedades, es también un don pre– cioso: «En tiempo de manifiesta necesidad, echen mano todos los herma– nos de cuanto necesiten, en la forma que el Seiior les dé su gracia,, (1 R 9, 16). Es un don que habitúa a cada hermano a dejarse guiar por el espíritu y no por el observantismo literal, por ejemplo en la guarda del silencio (1 R 11, 1).

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