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DIOS EL BIEN, SEGÚN S. FRANCISCO 53 clérigo que le ayude a «rezar el oficio divino en conformidad con la regla», porque no está seguro de hacerlo como se debe, «simple y enrfermo como es» (Test 29). En la Carta a la Orden, tan rica en expresiones de humildad, hace la confesión de todo cuanto ha faltado en la observancia de la regla y en el rezo µel oficio divino, «ya .por descuido y por causa de mi enfermedad, ya también porque soy ignorante e indocto»; y promete ser más cuidadoso en adelante, «ei:;t la _medida .que Dios me conceda -su gracia». Y educaba en esa conciencia de la propia pequeñez a los hermanos en todo lo que dice relación a la santidad: «Tengamos por cierto que no nos pertenecen a nosotros sino los vicios y pecados» (1 R 17, 7). Numerosas expresiones de las dos Reglas corresponden a la misma persuasión de la limitación humana: «•El candidato venda todas sus cosas y procure repartir todo entre los pobres, si así lo desea y si lo puede hacer, movido del espíritu, sin obstáculo» (1 R 2, 4). «Procuren distribuir.lo a los pobres; mas, .si no lo pudieren hacer, les basta la buena voluntad» (2 R 2, 5-6). «No desprecien ni juzguen a las personas que vieren usar vestiduras muelles y vistosas, tomar manjares y bebidas delicados, más bien júzguese y despréciese cada cual a sí mismo» (2 R 2, 17). En la misma Hnea están las «libertades» para calzarse cuando la necesidad lo acon– seje, para adaptarse a la gente en los alimentos, etc. Francisco sabía que el orgullo suele apoderarse muy fácilmente de las personas que se consideran en «estado de perfección». .«Guárdense todos los hermanos de alterarse por la falta de un her~ mano; más bien ayúdenle espiritualmente, como mejor puedan ... » (1 R 5, 7s). «iCad:ii uno ame y alimente a su hermano... con los recursos para los que el Señor le dé gracia» (1 R 9, 11). «Hagan .por guardar silencio, en la medida que Dios les conceda esta gracia» (1 R 11, 2). Casi la misma expresión en el Reglamento para los eremitorios (cf. REr 3). En la Carta a 1los fieles recuerda el precepto de «amar al próji;mo .como a nosotros mismos»; pero piensa que no siempre resulta fácil ponerlo en práctica, por eso añade: «Pero si alguno no quiere, o no puede, amarlo como a sí mismo, al menos no trate de hacerle mal, sino hágale bien» (2CtaF 26s). Francisco tenfa a los demás por mejores que él, habituado como estaba a respetar en cada uno la moción del Espíritu y el camino peculiar por donde Dios lo conducía. Temía obstaculizar ese impulso divino. Es lo que trae a la memoria en la carta a un superior, ya citada:

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