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so L. IRIARTE Si examinamos con atención las oraciones personales de Francisco, ve– remos que todas son de alabanza, de bendición, de acción de gracias. Casi nunca de petición; y aun cuando pide, se olvida de sí. Es una oración de fe teologal en que todo lo humano se relativiza: sólo cuenta el Altísimo, su gloria, su voluntad santa, su éxito de Creador y de Salvador. Es que sólo Dios es el Bien. Las personas pueden ser buenas y pueden servir de instrumentos del bien; las cosas son buenas, bellas y útiles ... ; pero el Bien es únicamente Dios, bueno por esencia. V. TODO BIEN VIENE DE DIOS, ES DE DIOS Y DEBE TORNAR A DIOS La piedad de Francisco, repitámoslo, es una perenne actitud de admi– ración y de gratitud para con ese Dios, dador de todo bien. El beneficio primero, el más estimable, que bastaría para mantenernos eternamente en hacimiento de gracias, es El mismo: «Omnipotente, santí– simo, altísimo, sumo Dios, Padre santo y justo, Señor, rey del cielo y de la tierra: te damos gracias por ti mismo» (l R 23, 1). Después sigue en importancia el don del Hijo y del Espíritu Santo, el don de la Virgen María, de la Iglesia, de cada hombre y de cada mujer, de cada cosa creada... , según la enumeración del grandioso capítulo 23 de la primera Regla. Sólo el Señor Jesucristo, junto con el Espíritu Santo, puede ofrecer al Padre la debida acción de gracias por los bienes que de él hemos reci– bido y recibimos (1 R 23, S. 8). Descubrir y valorar los bienes que cada uno halla en su persona no es contrario a la humildad cristiana; al contrario, es aprecio de los dones de Dios y lealtad para con él. Pero es fatuidad orgullosa y manipulación desleal envanecerse de tales bienes como si fuesen propios. «Suplico en la caridad, que es Dios, a todos mis hermanos que predican, oran y trabajan, que hagan por humillarse en todo, sin vana– gloriarse ni complacerse de sí mismos ni envanecerse interiormente ele las palabras y obras buenas, más aún, ele bien alguno que Dios hace, o elice o realiza, tal vez, en ellos y por meelio ele ellos» (1 R 17, 5-6). He aquí formulado un principio que el fundador pondrá por delante siempre que quiere prevenir contra la afirmación inconsiderada del propio yo: es Dios el autor de todo bien, es Dios quien realiza todo bien en mí y por medio de mí, en mi hermano y por medio de mi hermano. «Amemos con todo el corazón... al Señor Dios, que a todos nosotros nos ha dado y nos da todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que

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