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SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA 283 reflexión en compama del filósofo de la historia. El título de su ponencia se centraba en el del Congreso: El futuro de la religión.6 Para muchos el futuro de la religión se torna hoy ,en tema inquietante. ¿No vemos que el hombre de nuestros días camina hacia un descreimiento masivo y total? Una respuesta afirmativa parece imponerse cada día con mayor insis– tencia. Toynbee abordó el tema con máxima seriedad en su ponencia de Salz– burgo. En ella, después de constatar que la religión ha acompañado a la huma– nidad en su caminar a lo largo de los milenios de su historia, escribe esta sentencia apocalíptica, estilo bíblico: «Si la humanidad ha de sobrevivir en esta histórica crisis, la religión tendrá que jugar un papel aún más importante -"eine sogar noch grossere Rolle"- que en el pasado.» El vacío religioso le parece un imposible. De tal suerte que la merma religiosa actual está ocasionando el pulu– lar de lamentables sustitutos, como el sexo, la crueldad o el afán de destrucción. Con cierto humor, muy a la inglesa, recuerda el caso evangélico del demonio que salió del poseso para volver con otros siete peores. Siete demonios volverán por otra puerta el día en que la religión haya sido expulsada por la principal. Según G. Kranz los cuatro historiadores de la cultura, católicos ingleses, H. Belloc, Chesterton, C. S. Lewis y Ch. Dawson, condividen la opinión de que la religión cristiana ha sido la fuerza creadora más potente en nuestra civiliza– ción europea y que de nuevo volverá a serlo: 1 A. Toynbee, desde una mentalidad menos ligada a un credo rdigioso determinado, pero inserta totalmente en la historia, comparte igualmente esta opinión. Late en nosotros, afirma, una espe– ranza que ciertamente no es certeza. Esta esperanza nos asegura que al final triunfarán las fuerzas religiosas del amor contra el mayor de los peligros que amenaza el porvenir. ¿Cuál es éste? Al llegar aquí en su reflexión vuelve Toynbee a empalmar con H. Bergson sin citarlo. En efecto; el gran pensador francés nos hace asistir en el último capítulo de su obra citada, Les deux sources ..., al encuentro de dos fuerzas his– tóricas que han nacido para abrazarse y que, sin embargo, han trabado una lucha a muerte en el último siglo. Son éstas la mística y la mecánica. Por su destino primero ha debido servir la mecánica para liberar al hombre del agobio de procurarse el pan de cada día. Tiene que invertir en ello la casi totalidad de ese tiempo que le es tan necesario para dedicarse a la vida del espíritu. Durante milenios el hombre ha sentido este agobio. Recordemos que la cumbre de la cultura humana, el siglo quinto, a. C., de Grecia, gravitaba materialmente sobre las espaldas de los infelices esclavos que aseguraban el sobrio sustento de aque– llos próceres de la vida del espíritu. El sentido de la máquina, en su misión histórica, consiste para Bergson en que supla con sus artefactos al esclavo antiguo y al trabajador moderno, para que el hombre pueda entregarse cada día con mayor plenitud a las grandes faenas de su vida espiritual. 6 Lamento no haber podido hasta la fecha tener a mano las Actas del Con– greso. Los folios de su ponencia que conservo en mi pequeño archivo dan garan– tía suficiente a mis afirmaciones. 7 G. KRANZ, Europas christliche Líteratur, Achaffenburg 1961, 432.

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