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280 E. RIVERA filósofo estoico es. ante todo quien encarna esta tendencia. Toynbee le reprocha el que de propósito bus<,¡ue la extinción de los sentimientos generosos de amor y de piedad hacia sus semejantes. Una. cita de Epicteto y otra de Séneca ponen en evidencia _cómo estos próceres del pensar estoico consideraban la piedad como una dolencia y la emoción com_o,un estado afectivo que debía reprimirse siempre. Desde supuestos tan inhmnanos fue imposible que el filósofo estoico colmara el vacío cada día :rn.ís sensibhi del' vivir del hombre. Sólo una filosofía, transformada de amor al saber en amor religioso, podría llevar el hálito de la esperanza a la conciencia humana, pues una filosofía, alega Toynbee, que no se transforma en religión, resulta ineficaz. Los motivos de esta ineficacia los halla en que la filosofía es. exclusiva de;: una élite intelectual _que la administra desc,l.e muy lejos al común de las gentes; en que utiliza -el lenguaje científico del intelecto y no el poético del corazón; en que habla tan sólo de deber y no hace sentir el sincero impulso del amor. Par otra parte, si el sentido humano que anima.al filósofo, le impone el deber de iluminar a. sus semejantes, la. búsqueda egoísta de su autosuficiencia le_ exige el no desentenderse nunca de sí mis¡no, sucumbiendo por la piedad y el amor a algo que le sea. ajeno. En fuerza de este razonamiento, he aquí la conclusión que el gran pensador de la historia deduce: <1De esta suerte; la filosofía no logra llenar el vacío espi– ritual creado por los sucesivos fracasos del culto de la comunidad parroquial y del culto de la comunidad ecuménica; y este fracaso final del culto del hombre en la forma de la idolización de la autosuficiencia individual, ·muestra que el culto del hombre; en cualquiera de sus formas, es incapaz de satisfacer las nece– sidades espirituales humanas» (p. 83). Ante este reiterado fracaso, Toynbee percibe en el horizonte de la historia la promesa y esperanza que aportal'l las religiones superiores con el culto que pro– mueven a la Realídad Absoluta. El fracaso incita al hombre á poner sus ojos en Dios. Al mirarlo, entrevé que Dios es primariamente amor y poder. No es deificación de la naturaleza, como en las sociedades primitivas, sino liberación del egocentrismo a que todo _ser humano se halla ineludiblemente sujeto. El egocentrismo sólo es superable en comunión viva con la divinidad. Esta supera– ción es el gran mensaje que traen consigo las religiones superiores. En todas ellas se verifica, según Toynbee, lo que de la cristiana afirma san Juan en el prólogo de su Evangelio: «La lu.z resplandece en las tinieblas» (Jn 1, S. O.e., p. 96). No es el caso de discutir ahora la validez del sincretismo religioso, propug– nado por Toynbee aquí y en toda la época final de su vida. Lo importante y deci– sivo para nuestro propósito es poder constatar el grandioso momento de la epifanía de las religiones superiores. Y dentro de ellas comprender la acción ejemplar def santo. Ilustra Toynbee su perspectiva histórica con la parábola evangélica del sembrador. La historia muestra. al ojo la posibilidad de tres frus– traciones de la simiente buena, arrojada a los surcos de la misma.. Pero se da otra circunstancia en la que la. simiente resiste a 1a frustración. Es cuando la semilla crece y se multiplica, Ha renacido entonces la esperanza. En este enmarque tenso y c!.efinido ya se pueden leer con clarividencia estas líneas en las que se remansa lo mejor que nos dice Toynbee sobre el tema en que venimos reflexionando: «Dentro de ,este breve período que ha transcurrido
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